MEDITACIONES SOBRE El EVANGELIOMuestra

"MEDITACIÓN 3: Dos nacimientos: el de Juan y el de Jesús." Descubriremos, a medida que avancemos en la lectura de Marcos, una dualidad que revela la novedad de la “Nueva Noticia”. Por una parte, veremos cómo en Jesús se cumplen las antiguas promesas; y, por otra, cómo se realizan de una manera distinta e implican una manera nueva de enfocar la salvación y nuestra concepción de la vida como tal. En los primeros capítulos, los paralelos entre las dos “épocas” son obvios, al igual que las diferencias iniciales que marcarán las vidas de Jesús y de Juan. El papel de Juan es el de anunciar la llegada del Mesías y señalar su presencia. Pero Juan pertenece al pasado. En cambio, aunque las raíces y los orígenes de Jesús están en la antigua historia de Israel, él es el comienzo de la nueva era. El nacimiento de Juan sigue la pauta de un acontecimiento tradicional, aunque todo lo que le rodea es excepcional. Le precedieron signos prodigiosos. Un ángel anunció su nacimiento a su padre, Zacarías, cuya falta de fe le hizo perder la voz. Frente a cualquier expectativa humana, Juan fue concebido por una pareja anciana y estéril, tal como lo había anunciado el ángel. A Juan se le recibe en el contexto de una familia feliz. Los padres, los familiares y los vecinos comparten la alegría de su nacimiento y celebran s circuncisión, el rito habitual para los varones recién nacidos. Su admiración se expresa finalmente con la pregunta referente a su futuro: “¿Qué llegará a ser este niño?” (1:66). Totalmente distinto es el nacimiento de Jesús. Hay ciertos detalles comunes: un ángel anuncia su nacimiento maravilloso por el poder del Espíritu de Dios, le proclama heredero del trono de David, al que llamarán Hijo del Altísimo. Con todo, el resto de la historia rompe todas las reglas de un acontecimiento milagroso. Todas las circunstancias parecen estar en contra del nacimiento del Mesías. Sus padres tendrán que abandonar su hogar cuando a María se le acerca el momento del parto. En Belén, un pueblo minúsculo, no encuentran alojamiento, y María tendrá que dar a luz a su hijo en un establo y acostar al niño en un pesebre. Ni hay salones en el palacio real de Jerusalén, ni hay autoridades religiosas o políticas que reciban y rindan homenaje al Rey de Israel. Aparte de una visión de ángeles, los únicos que reconocen al “Mesías y Señor” en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre son unos pastores, uno de los grupos sociales menos respetables de Israel. La salvación no está donde se supone que debería estar. El reino de Dios ha llegado a los pobres, a los marginados, y exige unos ojos nuevos para poder verlo. Sí, ha amanecido una nueva época para Israel y para el mundo entero. Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España