MEDITACIONES SOBRE El EVANGELIOMuestra

"MEDITACIÓN 21: Jesús Vuelve al Padre y Permanece con Nosotros" La historia, por así decirlo, ha terminado. Los discípulos conocieron a Jesús y lo siguieron, vieron sus curaciones milagrosas, asistieron a sus discusiones con los fariseos y lo maestros de la Ley, escucharon sus enseñanzas, en muchas ocasiones no pudieron captar toda la profundidad de lo que quería decirles... Sabían que los quería y ellos, a su humilde manera, también le querían. Entonces llegó el caos: la traición, la deserción, el juicio y una sentencia de muerte entre dos criminales, y el silencio. De repente todo volvió a cambiar: estaba vivo, se sentaba a la mesa con ellos, reconocían su manera de partir el pan, el timbre de su voz. ¿Había llegado, al fin, el reino de Dios? No había respuesta para aquella pregunta ociosa, pero tenían por delante una nueva época, una misión que cumplir. No era el mismo tipo de encargo de cuando Jesús los había enviado, de dos en dos, a proclamar el reino y a curar enfermos y expulsar demonios (9:1-19). Ahora iba a dejarlos (completamente solos, al menos a primera vista), y la misión era más complicada. Y él no estaría allí para acudir a él y pedirle ayuda. No, vamos muy deprisa. Primero tenía que abrirles el entendimiento y hacer que entendieran que todo lo que había sucedido no era una ilusión o el producto de los sueños de un predicador callejero. Tenían que entender que “todo lo escrito acerca de él” en la Escritura tenía que cumplirse, ¡y se había cumplido! Tenía que explicarles el sentido de todos los acontecimientos que habían presenciado sin haberlos entendido del todo en su momento. Que él, el Mesías anunciado por los profetas, tenía que padecer los sufrimientos que había acepado libremente. Y que su historia y él mismo, Jesús, era el camino para la reconciliación con Dios. Luego, tenían que entender que ellos no eran meros espectadores de todas aquellas cosas. Que eran testigos privilegiados de aquella historia, una Historia de salvación y misericordia. Y que lo que tenían que hacer era proclamar a Jesús como Señor, y predicar el arrepentimiento, no para condenar al mundo, sino para llevar a la gente hacia el perdón de sus pecados. Y que no podían limitar su misión a una ciudad, Jerusalén, sino que tenían que llevar el mensaje a todas las naciones. Claro que eran demasiadas cosas para un único mensaje, una tarea tremenda para que la emprendiera un puñado de discípulos llamados de entre un pueblo humilde como Israel. Hay, sin embargo, un último detalle para darles ánimos. Tenían que aguardar el envío de la promesa de su Padre, el Espíritu Santo que los revestiría del poder de lo alto. Pero eso será en Pentecostés, cuando comience la nueva era, la era de la Iglesia... y eso pertenecía al futuro, nuestro presente. Rvdo. D. Mariano perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España