[Serie Nuestra historia–Un repaso bíblico para católicos] Los libros históricosMuestra

1 y 2 Reyes / 1 y 2 Crónicas

Así como el título nos cuenta, estos libros relatan la historia de los reyes hebreos, comenzando por Salomón hasta Sedequías. El reinado de Salomón se relata en los primeros 10 capítulos, donde el apogeo de la gloria material y el prestigio internacional caracterizan su reinado. Salomón cosechó los beneficios del trabajo de su padre –David fue un hombre sencillo, dinámico y capaz. Guerrero vigoroso que logró extender las fronteras de Israel como nunca antes. Salomón creció en el palacio, tuvo todo lo que quiso y se contentó con quedarse en el palacio; conservando, organizando y recurriendo a las vías diplomáticas para asegurar la paz a toda costa. 

La obra más importante que se le reconoce a Salomón es la construcción del templo. Hasta ese entonces, el pueblo rendía culto en el tabernáculo –la tienda que acompañó a Israel desde el peregrinaje en el desierto. 

A partir del capítulo 11, vemos como el pecado de Salomón abre la puerta a la división del reino: el Reino del Norte llamado Israel y el Reino del Sur llamado Judá. Salomón contrae matrimonio con muchas mujeres (700 esposas y 300 concubinas) de diferentes pueblos vecinos, que practicaban culto a dioses paganos y que desviaron su corazón hacia otros dioses. Salomón comenzó no solo a rendir culto, sino también a construir templos para estos dioses.

A menudo veremos guerras e idolatría; pero a pesar de todo, Dios mantuvo su palabra y perpetuó la dinastía del rey David tal y como había prometido. Es increíble ver cómo el hombre más sabio del mundo se convierte en el más insensato al alejarse de los caminos de Dios; los placeres y el materialismo lo arrastran a la ruina. 

Son muchísimos los reinados y reyes que sucederán a Salomón luego de la división del reino. En esta época de crisis espiritual, Jehová levantó poderosos profetas (Elías y Eliseo) y algunos reyes piadosos que pusieron en marcha reformas que lamentablemente duraron poco tiempo. 

A los 209 años de la ruptura (aproximadamente 931 A.C.), las diez tribus del norte fueron llevadas cautivas a Asiria (aproximadamente 722 A.C.) y nunca regresaron. El reino del sur sobrevivió solamente 136 años más para luego ser deportado a Babilonia (aproximadamente 586 A.C.). Ninguno de los reyes del norte en 209 años, hizo lo bueno delante de los ojos del Dios.

Es impactante ver las consecuencias que tiene el pecado de una persona sobre la comunidad entera. El pecado de Salomón abrió la puerta a la división, invasiones y deportaciones. Y al mismo tiempo, no podemos no quedar perplejos al ver la fidelidad de Dios y el efecto que su amor y misericordia tienen sobre la humanidad. La promesa de bendición, hecha al patriarca Abraham y al rey David, fue más grande y poderosa que el pecado. Y en la cruz Jesús cambió la historia para siempre.