Cuando falla la fe: 10 días encontrando a Dios en la sombra de la dudaMuestra

El lamento es el llanto de un corazón destrozado, duro y en gran parte sin curar. Éste ira de reojo el sufrimiento, está herido por sus bordes rotos, tambalea, llora y grita por justicia. Al lamentarse se resiste a respuestas superficiales, empaquetadas y simples. Exige una autenticidad feroz y a no temer a preguntas sin respuestas. 

El lamento es la canción del alma insegura.

Vivimos en una era, sin embargo, que el lamento cae en sacos rotos. No sabemos cómo manejar el dolor. Preferimos la negación. Somos la nación más medicada de todos los tiempos. Imágenes e historias sobre sufrimiento nos inquietan. Estamos entumecidos por entretenimiento y las distracciones digitalizadas. Estamos intoxicados por la comodidad. Y después, cuando la angustia abre preguntas violentas sobre Dios y la vida, la reprimimos y la ocultamos. Pero eso solo puede funcionar durante un tiempo. Así mismo como un río que corona sus orillas, podemos negarnos o esforzarnos por contener la inundación inmediatamente o aprender a vivir en un aguas más profunda.

Las Escritura están repletas de historias de hombres y mujeres que hicieron exactamente eso. Observaron lo que estaba sucediendo a su alrededor, nombraron la injusticia y clamaron a Dios para que se explicara. David gritó: ''¿Cuánto tiempo, Señor?'' (Salmo 13:1). Jeremías, aturdido por la opresión que presenció, imploró a Dios que interviniera. Job se desesperó. Jacob luchó. Moises desafió. Abraham dudó. María cuestionó. Jesús lloró.

El lamento no es la antítesis de la fe; es cómo la fe se ve cuando se acerca al dolor. Cuanto más apasionadamente creemos en la bondad de Dios, más apasionadamente protestamos cuando su bondad se oscurece.

Por eso Cristo lloró ante la tumba de Su amigo.

Está bien dar voz a nuestra soledad. Está bien gritar nuestras quejas. Está bien enojarse.

Está bien no tener todas las respuestas.

Dios todavía corre hacia nosotros, nos abraza y llora con nosotros. Y después, por medio de nuestras lágrimas, notamos que el que llora tiene las manos marcadas. Su cuerpo está roto. Su cara está desfigurada.

Nos damos cuenta que Él ha sufrido también.