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LA REFLEXIÓN

Muchas personas viven una fe donde su imagen de Dios, es la de un anciano enojado en los cielos, desconectado de mi realidad de todos los días, quien está más dispuesto a castigar cada equivocación, que a acompañarme en cada desafío.

No es así.

Pongamos las cosas en claro. Dios no es mi empleado, Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores, así que no lo trato como alguien a quien debo convencer de que me sirva, pues soy buena gente, sino que me mantengo enfocado: Jesucristo es el Rey y yo su siervo.

La base de la relación con Dios es el amor, la propia sustancia de la persona divina, es el amor, de manera que no vivo una vida de obras que generen que Dios quede obligado a bendecirme, pues eso sería como pensar que podemos pagar el favor de Dios, sino que elijo responder de la misma manera que Dios se mueve conmigo. Me ama con amor perfecto, tan profundo que ha dado a su propio hijo para que pueda alcanzar salvación. Yo respondo de la misma manera, le amo sin restricciones, buscando cada día la comunión con Él. Como lo amo, le quiero agradar.

Los pensamientos de Dios hacia mí, son de paz y bendición, es a causa de Su amor, ¿de qué otra manera podría ser?

Piensa en bendecirme, me invita al encuentro constante, para que yo pueda vivir esa vida plena de la que venimos hablando.

Dios desea hacerme bien.

LA PROMESA

Dios nos promete que nos llevará a alcanzar aquello que esperamos. Nos da Su Paz, como señal de que está a mi lado. Conocemos la maravillosa experiencia de descansar en las tormentas, cruzarlas con Jesús en nuestra barca y llegar a buenos puertos. Ya lo hemos vivido, vamos otra vez.

LA ORACIÓN

Gracias Señor por la paz que se derrama sobre mi vida cada vez que te miro. No quitaré mi mirada de Ti.