Una fruta de temporadaMuestra

Gozo

A todos nos gusta ser felices. El problema con la felicidad es que es circunstancial. La felicidad se enciende y se apaga como la parte trasera de una luciérnaga. Las luces verdes de los semáforos en todo el camino al trabajo nos hacen felices. Ser chocado por detrás en el estacionamiento nos hace infelices. Un cumplido de un compañero de trabajo nos hace felices. Ser criticados nos hace infelices. La felicidad puede estar en los juegos de pelota y las reuniones familiares. Pero es un invitado poco frecuente en los funerales y en las salas de espera de emergencias.

El gozo es diferente. El gozo no es un sentimiento. Es más un saber. "Quien por el gozo que le esperaba [Jesús] sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios" (Hebreos 12: 2).

El gozo de Jesús fue saber que estaba a punto de hacer la paz entre la humanidad pecadora y nuestro Dios Santo. ¿Se sintió feliz cuando anticipó la agonía de la cruz, el abandono de Su Padre, el peso de nuestros pecados y la muerte? No, ¡estaba abrumado por el dolor! Pero incluso en el dolor conocía el gozo de hacer la voluntad de Su Padre: presentar al mundo el perdón que nunca podríamos ganar.

Y así, el gozo de un cristiano está estrechamente relacionado con el gozo de Jesús. Su gozo estaba en dar ese regalo. El nuestro está en recibirlo. Sabemos, por muy oscuras que sean nuestras circunstancias, sin importar cómo nos sintamos, que tenemos el favor de Dios y un hogar celestial. De ese conocimiento crece un gozo que hace que nuestros corazones se mantengan erguidos incluso cuando son golpeados por el dolor terrenal. Un gozo que sonríe en cada circunstancia.

Incluso en los semáforos en rojo.