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Incendiario: 6 Días De Devocional Para ArderMuestra

Incendiario: 6 Días De Devocional Para Arder

DÍA 5 DE 6




¿Por qué nos cuesta tanto conectar con la presencia de Dios?

Creo que se debe a que estamos intoxicados.

Tan intoxicados con los placeres de este mundo que nos hacemos insensibles a la presencia de Dios, tan saciados de entretenimiento que perdimos el deseo por Dios. Simplemente no tenemos hambre. Y punto.

Permíteme explicarme.

Imagina que te invito a comer a un restaurante gourmet, uno de esos restaurantes cinco estrellas, donde un chef de alta cocina prepara un plato exclusivo para ti. Me refiero a uno de esos res­taurantes carísimos, donde los productos son de primera calidad y la elaboración de los platos es un espectáculo. Creo que te haces una idea del lugar al que me refiero. Con mucha dificultad, consigo reservar un lugar para el almuerzo del domingo y tendrás el pri­vilegio de degustar la especialidad del chef, una receta inigualable alabada por los mejores paladares del mundo. Pero, justo una hora antes de la cita, abres tu nevera y sacas una botella de dos litros de Coca-Cola que te bebes sin dejar gota, mientras la acompañas con una bolsa gigante de nachos.

Ahora, piénsalo. ¿Qué crees que ocurrirá cuando estés sentado en la mesa del restaurante y te sirvan la comida?

Muy probablemente, cuando pongan delante de ti el plato con la especialidad del chef, no sentirás deseo de comer aquella delicia, por muy suculenta que sea, porque habrás perdido el apetito. Es decir, no sentirás deseo por la buena comida, porque habrás boicoteado la sensibilidad de tu estómago al haberte intoxicado con dos litros de Coca-Cola. Tu estómago no deseará el plato gourmet, y tu paladar no responderá al estímulo del olor de las delicias del chef, porque haberte intoxicado con comida basura te ha hecho insensible al estí­mulo de la buena comida. Y, mientras los demás comensales están salivando sobre el plato, tú no sientes deseo de comer. Simplemente, no tienes hambre. Y punto.

¿Qué importa si no me la como? Lo importante es no quedarse con hambre.

No seas idiota, ¡por favor! Espero que a estas alturas de la vida te hayas dado cuenta de que no se trata solo de saciar el hambre, sino de alimentarte bien y, si es posible, disfrutar de los placeres de la buena comida. Es ridículo conformarte con tener tu estómago lleno de cualquier cosa, cuando se te ofrece la posibilidad de vivir una experiencia gastronómica. ¿No te das cuenta de que el capricho de saciar tu hambre con lo que sea te ha arrebatado una experiencia valiosa, algo único e inolvidable? Lo más triste es que muchos no parecen sentir la pérdida, porque tienen el estómago inflado, inclu­so pueden llegar a menospreciar la buena comida por estar sacia­dos o, mucho peor, la pueden rechazar con arcadas.

Añádele a esta idiotez una irresponsabilidad peligrosa. Que dos litros de Coca-Cola mezclados con una bolsa de nachos digirién­dose en tu estómago no solo no te nutre, sino que te intoxica el cuerpo, llenándotelo de azúcar. Un veneno dulce, pero veneno, al fin y al cabo. Te estás matando por idiota, eso, sí; eres un idiota sin hambre. Que conste.

¿Me estoy explicando?

El verdadero drama es que de la misma manera en que insensibili­zas a tu estómago para disfrutar de un placer superior por haberlo intoxicado con un placer inferior, haces lo mismo con tu alma. Tu alma deja de tener deseo por Dios porque está saciada con los pla­ceres de este mundo, tan intoxicada de entretenimiento instantáneo que se hace insensible a la presencia de Dios. Y, una vez más, boi­coteas tu capacidad de disfrutar de un placer superior por haberte intoxicado con un placer inferior.

Por favor, no me entiendas mal. El entretenimiento en sí mismo no es malo, pero el exceso de entretenimiento te arrebata el deseo por la presencia de Dios, te roba el hambre de Dios por estar saciado con otras cosas que te hinchan el alma. Y alguien que no tiene hambre de Dios no lo busca o, peor aún, lo considera despreciable por estar sacia­do con otras cosas. Ese alguien llega a creer que Dios no es necesario.

De esta manera, nuestras almas están desnutridas y famélicas, y, aunque nos estamos muriendo por dentro, parece que no nos damos cuenta, porque estamos intoxicados de entretenimiento. Nos estamos envenenando el alma con un veneno dulcísimo, pero devastador.

Esto es nuestro verdadero drama.

Considéralo por unos instantes. Nuestra generación está rodeada por un montón de propuestas de entretenimiento que nos idiotizan. Siempre en los bolsillos de nuestro pantalón o en el bolso, a un clic de distancia, tene­mos más opciones de entretenimiento de lo que jamás haya tenido ningu­na otra generación a lo largo de toda su vida. Millones de vídeos en YouTu­be, de canciones en Spotify y de series en Netflix. Interminables posts de nuestros amigos en Instagram y Facebook, y noticias en Twitter para hacer slide durante horas. El último challenge en TikTok de parejas haciendo bailecitos, libros electrónicos en Amazon, pódcasts sobre emprendimiento, streams en directo de personas jugando a videojuegos, chats de discusión sobre la última conspiración y, como no, fotos de gatitos súper mega ultra divertidas. ¡Ah!, y nuestras importantísimas conversaciones por WhatsApp. Y los memes, no olvidemos los memes. Todo un mundo de posibilidades efímeras para estimular tu alma, pero que poco a poco te drenan el deseo por lo eterno. Como vampiros que te chupan la pasión hasta vaciarte el corazón, para que no te quede pasión que brindarle a Dios.

Podrías tener a Dios frente a ti y no sentir deseo por Él. Percibirlo como aburrido.

Porque, querido lector, el consumo de entretenimiento constante es nuestra manera de decirle a Dios que estamos aburridos de él. Que contemplar el brillo de nuestro smartphone es mejor que contemplar su Gloria.

¿Suena fuerte? Así somos de idiotas (He escrito la palabra «idiota» muchas veces en los últimos párrafos y no creo que esto le vaya a gustar a la editorial, pero necesito que quede claro que somos unos auténticos idiotas cuando nos perdemos a Dios por andar entreteni­dos con estupideces).

Siendo honesto contigo, aunque yo he degustado las delicias de la presencia de Dios, muchas veces me sorprendo a mí mismo dándome un atracón de entretenimiento basura. Admito que, durante mucho tiempo, lo primero que he mirado al despertar ha sido mi smartphone y lo último que he mirado, antes de dormir, ha sido mi smartphone. Confieso que, por temporadas, he perdido mi deseo por Dios, por haber saturado mi alma con distractores.

Pero ¿por qué nos pasa esto? ¿Por qué somos capaces de preferir el entretenimiento por encima de Dios? Porque es fácil preferir el azúcar por encima de la comida saludable. Una chocolatina nos da satisfacción instantánea, a bajo coste; sin embargo, disfrutar de una comida saludable requiere tiempo, de un proceso y de una inversión. Todos sabemos racionalmente qué es lo mejor, pero parece que instintivamente elegimos la opción que requiere menos esfuerzo y nos hace sentir bien fácilmente, aunque resulte ser la opción equivo­cada. Aunque resulte ser la opción que nos mate lentamente. Pero, además, es necesario exponer esto, que el azúcar es tremendamente adictivo y te hace dependiente.

¿Cómo llevas tu adicción al azúcar?

Probablemente, me digas que tú no eres ningún adicto, que no devoras tarros de azúcar a cucharadas, pero nadie es conscien­te de cuán dependiente es del azúcar hasta que hace un ayuno. Dejas de comer por 48 horas y tu cuerpo empieza a reaccionar de forma extraña: te duele la cabeza, te sientes mareado, estás somnoliento, tremendamente irritable... ¿Qué es todo eso? ¿Aca­so son ataques demoníacos para impedirte ayunar? ¡No! Nada que ver con demonios, es tu síndrome de abstinencia del azúcar. Créeme, aunque no te eches azúcar en el café, la industria ali­menticia se ha encargado de edulcorar todos los alimentos de tu dieta: hay azúcares añadidos en todos los zumos, panes, embuti­dos y pastas que comes. ¡Una auténtica locura! Y te sorprendería descubrir cuánto azúcar corre por tu torrente sanguíneo, hacién­dote adicto, de manera inconsciente, a esa sustancia. Basta con dejar de comer por unos días para descubrir cuan dependientes somos del azúcar.

De la misma manera, somos más adictos al entretenimiento de lo que queremos admitir y basta hacer un ayuno de entreteni­miento para darnos cuenta de cuan enganchados estamos a estos distractores de la era digital. A una generación que es adicta al entretenimiento no le queda deseo para Dios. Créeme, si quieres recuperar el hambre por Dios, tienes que dejar de comer basura durante unas semanas.

Hay que desengancharse de lo que caduca para engancharse a lo eterno.

Escrituras

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Acerca de este Plan

Incendiario: 6 Días De Devocional Para Arder

Basado en el libro de Itiel Arroyo Incendiario, un diario interactivo que te guía a través de una experiencia transformadora con Dios durante 40 días. Este devocional de 6 días comenzará un incendio en tu alma para acaba...

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Nos gustaría agradecer a HarperCollins/Zondervan/Thomas Nelson por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://www.editorialhccp.com/r/libros-de-itiel-arroyo/

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