EL EVANGELIO DEL SEÑORÍO DE CRISTO

Los primeros cristianos se lanzaron a la proclamación del evangelio del reino a todas las naciones con esta confesión: Jesucristo es el Señor. Para Lucas, Jesús es el Señor que hace demandas a sus seguidores.

El evangelista enfatiza tanto la gracia como la severidad de las demandas del Señor. La actitud amorosa de Jesús no siempre fue reconocida de inmediato, pues, junto con las evidencias de su gracia, también hay una nota imperativa en sus dichos.

El Señor fue claro en demandar una lealtad exclusiva hacia él. Él establece un orden de prioridades, porque él y su reino deben ocupar el primer lugar en nuestras vidas.

El radicalismo de las demandas también se ve en la exigencia de una renuncia completa. Jesús dice: «Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (14.33).

Sobre Jesús como Señor, Lucas subraya tres cuestiones de suma importancia.

Primero, Jesús es el Señor que sufre. La Pasión no lo sorprendió, sino que él fue camino a ella (9.51). Así, pues, en Lucas, Cristo es el Hijo de Dios y el Señor. En obediencia filial, él cumplió su ministerio de gracia, que culminó en sufrimiento, muerte y resurrección.

Segundo, Jesús es el Señor que resucitó. Da la impresión de que Lucas se propuso llenar el vacío del Evangelio de Marcos sobre las apariciones del Cristo resucitado. En la comprensión de Lucas, estos datos contribuyen a afirmar el señorío de Cristo sobre sus discípulos y sobre la iglesia.

Tercero, Jesús es el Señor que gobierna. Lucas utiliza el título Señor aplicado a Jesús, por lo menos dieciocho veces en el Evangelio. Sin dudas, el evangelista tenía una profunda veneración religiosa y una obediencia radical al liderazgo de Cristo.

La iglesia primitiva tuvo como credo fundamental de fe: Jesucristo es el Señor, el cual salió a proclamar hasta los confines de la tierra. Hoy nos toca a nosotros vivir y registrar los hechos que el Espíritu Santo va produciendo a medida que cumplimos la Gran Comisión.

Debe ser nuestro privilegio proclamar el evangelio del reino de Dios, hasta que «toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2.11).

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