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La visión celestial

Si no hay experiencia del ver del Señor en nosotros, no somos ministros ni somos testigos sin importar cuántos títulos nos hayamos atribuido. Solo siendo sus ministros y sus testigos podemos desarrollar la misión de Dios. Hay algo relevante en esto. Hubo una participación y una disposición de corazón en Pablo para este llamamiento. Por eso en el discurso que Pablo da ante el rey Agripa en el capítulo 26 del libro de los Hechos, llega a la conclusión: No fui rebelde a la visión celestial.

La visión celestial es ver al Hijo. En la Escritura hay una sola visión. Cuando Dios nos comparte la visión celestial, nos comparte a su Hijo y cuando vemos a su Hijo empezamos a ver la visión celestial. Lo mejor que podemos hacer cuando somos expuestos a la visión celestial es no ser rebeldes, sino someternos y humillarnos a esa visión. 

En Hechos 22, Pablo narra cómo, cuando él perseguía y ultrajaba a los del camino, creía que estaba cumpliendo la misión que Dios le había encomendado. Ahora, estaba ciego y llega uno de aquellos a quienes perseguía. En ese momento, pudo sentir temor de lo que le pudiera hacer, pero se acerca y oye: Hermano Saulo, recibe la vista. Recobró la vista en ese momento. El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, veas al justo y oigas la voz de su boca. Esta es una experiencia personal de Pablo, pero es la experiencia personal a la que todos y cada uno estamos llamados. No está llamado solamente Pablo a ver y oír al Señor y conocer su voluntad, sino todos nosotros, porque es el objetivo de su brillo, de su aparecer, de su luz cuando alumbra en nuestros corazones. 

Ananías dice: Porque serás. Esto significa que llegaría a ser testigo de Cristo a todos los hombres para cumplir la misión de Dios. No se llega a ser testigo de una forma instantánea o de forma automática, no se llega a ser testigo porque se hizo una oración de fe y desde ese instante pasó de uno que era totalmente corrupto en una mentalidad y ahora es testigo. Es necesario tener una experiencia real en el corazón, verle y oírle continuamente, llegar a conocer su voluntad, para entonces, llegar a ser lo que Dios dice: Testigos suyos a todos los hombres.