[Serie Hechos] Los milagros sucedenMuestra

Digamos lo que hemos visto y oído 

Saúl Hernández

Después de que Cristo subió al cielo, los apóstoles estaban unidos y hacían milagros y señales continuamente. En una ocasión, Pedro y Juan andaban por la ciudad de Jerusalén compartiendo con la gente y testificaban que la resurrección de los muertos había quedado demostrada después de la crucifixión de Jesucristo. Como a las tres de la tarde, inesperadamente, se acercaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos que allí se encontraban. Como era de esperarse, los arrestaron y los metieron en la cárcel. 

Al día siguiente, los trajeron al lugar donde estaba el sumo sacerdote reunido con los ancianos, los maestros y los jefes de los judíos, quienes les preguntaron con qué autoridad decían esas cosas. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «…en el nombre de Jesucristo de Nazaret». Ellos no solamente tenían la certeza del nombre bajo cuya autoridad hacían todas estas cosas, sino que también entendían su delegación. Les urgía hablar aquello que habían visto y oído. Ellos habían sido testigos de los eventos más sobresalientes de la época y debían anunciarlos. No podían callar aquello que era parte de sus vidas.

Después de estas declaraciones, Pedro y Juan fueron amenazados por las autoridades quienes les pidieron que no enseñaran ni hablaran más y los pusieron en libertad, pero los dos aguerridos apóstoles les dijeron: «…no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído». Y continuaron enseñando y sanando en el nombre de Jesús. Ninguna amenaza los detuvo. Tenían clara su misión.

Los seguidores de Cristo no experimentaban necesidad porque compartían entre sí lo que tenían, sobre todo, compartían la fe y la seguridad que les inspiraban los apóstoles y Dios les bendecía en gran manera.

Responde 

¿Hasta qué punto estás dispuesto a compartir lo que has visto y oído acerca de Jesús? ¿Hasta qué punto estás dispuesto a compartir el testimonio de la obra de Cristo en tu vida? Con seguridad has sido sanado y redimido de toda maldición generacional y Dios te ha bendecido en Cristo Jesús. Es tiempo de demostrar tu confianza en Dios por las maravillas que ha hecho en ti y que tienes su gracia, su favor, su sabiduría y su autoridad hablándoles a otros del Cordero de Dios que derramó su sangre en la cruz por toda la humanidad.