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Our Daily Bread - Bible Basics

DÍA 5 DE 12

 



Reyes (1050-586 AC)



Al final de la sección anterior, Israel estaba bajo de espíritu, en estado anárquico y débil militarmente. Los filisteos habían crecido en poder y amenazaban con tragarse a los judios, ciudad por ciudad. En Israel se levantó un clamor por un rey que los una y los prepare para la batalla. Entonces el profeta-juez Samuel ungió a Saúl como primer rey de Israel. 



Saúl reinó durante 40 turbulentos e ineficaces años. Imponía respeto por su tamaño, pero no estaba calificado para gobernar una nación. De todos modos, en su reino había un joven hombre con tremendas habilidades llamado David. Aún antes de ascender al trono, él habia capturado los corazones de la gente matando al gigante Goliat y sus brillantes acciones militares-personales. Gradualmente, Saúl perdió el control de sí mismo y de su reino, y al morir en batalla, David se convirtió en rey. 



David dominó a los filisteos y anexó ciudades vecinas. Israel creció en fortuna, poder militar e influencia. David unió el norte con el sur, capturó a Jerusalén haciéndola capital, y alentó la adoración de Dios en toda la tierra. Fue el rey más grande de Israel. 



Un privilegio le fue negado. Dios no le permitió construir el templo. Lo terminó haciendo Salomón, su hijo y heredero al trono. Con esto Israel alcanzó su esplendor. Aún así, con Salomón la nación comenzó a deteriorarse. Tomó esposas y concubinas de otras tierras que trajeron consigo sus falsas religiones. Vivió lujosamente, gastando la fortuna de la nación. No se preparó para el futuro. Por eso cuando murió, el norte se sublevó bajo las órdenes de su sirviente Jeroboam y formó una nación independente. Cuando Salomón murió, las personas fueron a Roboam, el príncipe coronado, con un pedido: 



“Su padre nos impuso un yugo pesado. Alívienos usted ahora el duro trabajo y el pesado yugo que él nos echó encima; así serviremos a Su Majestad” (1 Reyes 12:4). 



Pero Roboam se negó, y la nación se dividió. El Reino del Norte, cuyo primer rey fue Jeroboam, fue por su lado. Sus líderes y muchos de su pueblo sirvieron a dioses paganos. Había algunos buenos reyes en Judá, el Reino del Sur. Interesantemente, ambas naciones más tarde formaron una alianza política para combatir Siria y luego Asiria. Hubo casamientos entre los dos reinos, y personas malvadas reinaron ambas tierras: en Israel, la casa de Omri; en Judá, el malvado Atalía. El tiempo de los reyes también fue el tiempo de los profetas. Estos hombres cumplían un doble propósitos: 



Anticipando—Señalaban el pecado de la tierra y llamaban al arrrepentimiento.



Prediciendo—Miraban más allá de las fallas de Israel hacia la venida de su Mesías y del establecimiento de Su reino. 



En los siguientes días, Dios levantó a un número de profetas para proclamar Su verdad y llamar a la nación a que vuelva hacia Él. Algunos de ellos hablaron a Israel, otros a Judá y otros a los extranjeros.



El dia del juicio divino finalmente llegó. Ambas naciones cayeron, y cada una fue derrotada por una fuerza extranjera. El Reino del Norte cayó ante los crueles Asirios en 722 AC. Su pueblo fue forzado a casarse con otros cautivos, y pronto perdieron su identidad étnica, política y religiosa. 



El Reino del Sur duró otros 150 años, con instantes de gloria como durante el reinado de Azarías y Josías. Finalmente, cayó ante Nabucodonosor, rey de Babilonia, en 586 AC. 



Mirando a Dios. Mientras leemos el período de los reyes de Israel, vemos que la forma en que siempre trabaja Dios nos ayuda a conocerlo mejor. Un ejemplo es la unción de David como rey y sus actividades antes de ascender al trono (1 Samuel 16-31). Aprendemos que:  



Dios a veces usa intermediarios para llamar personas a lugares especiales de servicio (16:1-13).



Las elecciones de Dios no siempre están basadas en apariencias (16:7).



Dios es capaz de hacer que los últimos sean los primeros (16:11).



Dios usa Su unción para derrocar a aquellos que son poderosos ante los ojos humanos (cr. 17).



Los valores viven sobre los rituales (cr. 21).



Dios nos da la gracia para ser misericordioso con nuestros enemigos (crs. 24, 26).



Dios a veces usa lo malo para cumplir Sus propósitos (cr. 31). 



Mirando a nosotros mismos. La época de los reyes de Israel también habla de nosotros mismos. Observa cómo estos incidentes hace eco en el trabajo de Dios en nuestra época.  



En la ira celosa de Saúl, vemos nuestra envidia para quien nos reemplaza (1 Samuel 18–19).



En la plegaria de Ana por un hijo, vemos nuestro anhelo por las bendiciones de Dios (1 Samuel 1–2).



En las palabras del Salmo 1, vemos nuestro camino hacia la bendición.



En Salmo 32, oímos nuestro clamor por perdón.



En Salmo 100, encontramos palabras para expresar nuestro sentimiento al adorar al Señor.



En Eclesiastés, encontramos expresiones para nuestra lucha inútil (1:2).



En la huida de Elías de Jezebel, vemos nuestra fe vacilar ante un enemigo poderoso (1 Reyes 19).



En la sanación de Ezequías, vemos nuestra necesidad de sanación que solo Dios puede dar (2 Reyes 20).



En el desprecio de Sedequías por los profetas, vemos nuestro negación a prestar atención a la palabra de Dios (2 Crónicas 36:11-14).





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Acerca de este Plan

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