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Jesús en Navidad

DÍA 3 DE 5

La Navidad constituye la promesa de que Dios vino a la historia y que misteriosamente viene día tras día, y algún día vendrá en gloria. Dios dice a través de Jesús que, finalmente, todo estará bien. Que nada puede dañarlo para siempre, que ningún sufrimiento es irrevocable, que ninguna pérdida es eterna, que ninguna batalla es para siempre y que ninguna desilusión es decisiva. Jesús no negó la realidad del sufrimiento, del desaliento, de la frustración y de la muerte. Simplemente anunció que el Reino de Dios conquistaría todos estos horrores, y que el amor del Padre es tan pródigo que ningún mal podía resistírsele.


La Navidad es una visión que le permite al cristiano ver más allá de lo trágico de su vida. Es un recordatorio de que se requiere la risa de Dios para evitar tomarse el mundo demasiado en serio. 


La ley cristiana de la levedad postula que cualquier cosa que caiga en la tierra volverá a levantarse. La risa de Dios es su acto amoroso de salvación, y la risa cristiana es el eco de nuestro gozo en Navidad. Si realmente acepta el misterio de Belén, su corazón se llenará con la risa del Padre. 


Cuando el tiempo llegue, diríjase al Padre y pregúntele: “Abba, ¿por qué bailas?”. Véalo extender su mano derecha hasta un pesebre en la ciudad de David y decir: “Se acerca la Navidad y ese Jesús… ¡Me hace reír!”.


Oremos: “Señor, durante mucho tiempo pensé en ti como un hombre que nunca sonreía. Tengo miedo de que muchas personas aún piensen lo mismo que pensaba yo, lo cual es lamentable. Porque un hombre que jamás sonrió tendría que ser menos que humano. Y de eso se tratan las Buenas Nuevas: que te convertiste en un hombre. Señor, sé que debes haber sonreído mucho. Sé que debes haber sonreído al ver las ovejas retozando en las colinas mientras ibas de pueblo en pueblo. Sé que debes haber sonreído dándole aliento a todas esas personas que recurrieron a ti, temerosas y preocupadas, pero buscando, confiando, creyendo. Sé que debes haber sonreído con placer por la belleza del mundo que tú mismo creaste. Sé que debes haber sonreído con tranquilidad y confianza a tus discípulos cuando se sentaban y escuchaban tus palabras. Señor, conozco tu sonrisa para nosotros. Y tu sonrisa brilla más que el sol. Cuando los días parecen ser oscuros y difíciles, y todo parece negro, ayúdanos, Señor, a recordar la gloria de tu sonrisa”.


La Navidad es una experiencia de fe que nos permite ver más allá de lo terrible de nuestra vida. Nos recuerda que necesitamos la risa de Dios para que impida que le atribuyamos al mundo demasiada importancia, ese mundo de vanaglorias cerebrales donde se juega con tanta seriedad al juego de rivalidades individuales que parece un combate mortal a las presunciones egocéntricas. La ley de levedad cristiana dice que si algo cae en el tierra, volverá a levantarse. La risa de Dios es su amoroso acto de salvación que comenzó en Belén, y la risa cristiana es el eco de la alegría del Señor en nosotros.

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