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Jesús en Navidad

DÍA 1 DE 5

Una vez al año la época de Navidad sacude con fuerza tanto el ámbito religioso como el secular de la vida: de repente, Jesucristo está en todas partes. Durante aproximadamente un mes, su presencia es ineludible. Puede que lo aceptes o lo rechaces, lo proclames o lo niegues, pero no puedes ignorarlo. Por supuesto, su nombre es proclamado en los sermones, los himnos y los símbolos de todas las iglesias cristianas. Jesús se monta en cada reno, se esconde detrás de cada muñeca nueva, resuena en los saludos menos religiosos de “felices fiestas” . Próxima o remotamente, Él es brindado en cada copa de felicidad navideña. Cada ramita de acebo es un indicio de su santidad, cada muérdago una señal de que Él está aquí.


Para aquellos que proclaman su nombre, la Navidad anuncia esta magnífica verdad: el Dios Jesucristo es nuestro futuro absoluto. Tal es el carácter profundamente esperanzador de este período. Mediante este acto gratuito ocurrido en Belén, nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús. La luz, la vida y el amor están de nuestro lado.


“La Navidad de Jesús se produce en nosotros cuando las personas se sienten íntimamente tocadas en nuestra presencia, y cuando se sienten un poco menos esperanzados y menos alegres porque estamos ausentes”. Estas palabras, escritas en soledad en una agenda hace muchos años atrás, me atrapan con un poder profético cuando comienza el gran período de esperanza. Los cristianos somos personas de esperanza, a tal punto que los demás pueden encontrar en nosotros una fuente de fuerza y de gozo.


Yo llego al establo tal como soy, no como debería ser (ya que nunca seré como debería ser), un hombre pobre, débil y pecador con excusas fáciles para mi comportamiento inconsistente, con temor a ser llamado a vivir según las palabras que yo mismo he escrito. El pequeño Niño me mira, sonríe y dice: “No temas, yo estoy contigo. Espero más fracasos de ti de los que tú esperas de ti mismo. Te regalo la paz. Vive este día en la sabiduría de aceptar la ternura”.


El amor profundo y apasionado de Jesucristo, nuestro Señor y hermano, es el gran logro de Belén y el pulso cardíaco de la vida cristiana. El Abba de Jesús dice: “Prepárate para mi Cristo, cuya sonrisa como relámpago libera la melodía de gloria eterna que ahora duerme en tu cuerpo frágil como dinamita”.

Día 2

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