Los personajes de la Pascua: Simón PedroMuestra

El mismo impulso de fe con el que Pedro saltó fuera del bote y caminó sobre el agua, sin pensar, luego que Jesús, se lo pidiera, hizo que Pedro se quedara cuando los demás se fueron. Entonces él se para junto al fuego en el patio, probablemente un poco nervioso. Está oscuro, tal vez no no lo puedan ver. Probablemente, quiera pasar desapercibido pero es imposible. Una criada lo vio y le dijo: Tú eres uno de los que estaban con Jesús de Nazaret, ¿No es cierto? 

Tal vez, él trataba de silenciarla para que los demás no la oyeran y así no estropear su plan de quedarse en el lugar. Pero él es un pescador no un espía. Es Pedro, el galileo con acento grueso. Pero, logra salir corriendo y persiste de alguna manera quedándose en la entrada. 

Un pariente del siervo al que Pedro le cortó la oreja le dice: ¿No te había visto antes en el jardín? A este punto, el plan se vino abajo. Estaba expuesto ante sus acusadores y tuvo pánico. Digo, si alguien le corta la oreja a tu tío, de seguro reconocerías al hombre que lo hizo y lo incomodarías.¿No es cierto? Pedro, recurre al lenguaje del mar, maldiciendo y así su antigua vida vuelve al ruedo. En ese momento tan vívido, recordó las palabras de Jesús de la noche anterior y ellas perforaron su alma. Otro gallo cantó. 

Todos los Evangelios cuentan diferentes versiones de este hecho, pero Lucas, el meticuloso reportero da un detalle cautivante. De algún modo, Pedro estaba al alcance de los ojos de Jesús. "El Señor se volvió y miró directamente a Pedro” (Lucas 22:61 NVI). Puedes leer el dolor y sufrimiento en esas palabras. También, el contacto visual, la mirada angustiosa de Jesús y la desesperación rodando por el corazón de Pedro. Este hombre que de joven fue orgulloso y seguro de sí mismo, ahora estaba totalmente roto y sin reservas. Lucas, después nos cuenta que él “saliendo de allí, lloró amargamente” (Lucas 22:62 NVI). 

¿Alguna vez has llorado amargamente? Yo, sí. Un encuentro verdadero con la cruz de Cristo expone nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. Ese es el pecado que cubre nuestras almas. Ya sea que te acerques a Jesús con la lista de todos tus logros y tu alma caritativa o arrastres los pies hacia delante con pasos temerosos, el calvario te romperá y aún así, te levantará.