PUEBLO SALVO Y BENDECIDO

No hay ninguna duda respecto a que solo Dios puede salvarnos. Dios dice: “Yo, yo soy el Señor; y fuera de mí no hay quien salve” (Is. 43:11). Los primeros cristianos confesaban: - “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4.2).

Pero a nosotros nos corresponde proclamar a Jesús como Salvador porque se nos dice que “si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creyéremos en nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos, entonces seremos salvos. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Hech 10.9-10). Cuando proclamamos, ¡sellamos la Salvación!

Este Dios que salva, no bendice a gente aislada y centrada en sí misma, sino que deposita su bendición en la comunidad de los creyentes, su pueblo. Hay sobradas promesas de Dios en el marco de la comunión, cuando somos más que uno en la búsqueda de su nombre. Dios nos salva, nos conecta y nos bendice. Es en medio de la congregación que el “Señor envía bendición y vida eterna”, bendice el poder del acuerdo y cuando estamos juntos y unánimes allí se manifiesta con su poder maravilloso. Que hoy podamos decir: “A ti, Señor, te corresponde salvar; ¡mas Tú derramas tus bendiciones sobre tu pueblo del cual soy parte!”.

Para la reflexión

¿Tiendo a creer que Dios puede bendecirme de igual manera e intensidad sin estar en estrecha comunión con mis otros hermanos como Iglesia?

¿Mantengo posturas de aislamiento por alguna situación desagradable que he padecido, o estoy propenso a sanar y renovar mis relaciones para cuidar la comunión cristiana?

¿Valoro y reclamo las promesas de Dios que Él mantiene en función de nosotros como iglesia?

Afirmación: “No solo agradeceré al Señor por su salvación, sino que estaré celebrando y disfrutando de la comunión con otros y de las bendiciones extras que atrae a mi vida por esa causa”.

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