El hombre de la cruz del medio: Un plan de lectura de Pascua de 7 díasMuestra

SALIENDO DE LAS SOMBRAS

“Había un hombre bueno y justo llamado José, miembro del Consejo, que no había estado de acuerdo con la decisión ni con la conducta de ellos. Era natural de un pueblo de Judea, llamado Arimatea y esperaba el reino de Dios. Este se presentó ante Pilato y pidió el cuerpo de Jesús”. Lucas 23:50-52 (NVI)

El entierro de Jesús no tuvo una conclusión predecible debido a dos razones. En primer lugar, la crucifixión de los criminales no era el final de su humillación; comúnmente se les prohibía el honor de un entierro adecuado. En segundo lugar, la liberación de un cadáver dependía únicamente de que un familiar o amigo solicitara permiso para enterrar el cuerpo; ¿y quién quedaba para enterrar a Jesús? Los discípulos habían huido, la multitud se había dispersado y las mujeres no estaban preparadas para hacer tal petición.

En este momento de la historia, surge repentina y silenciosamente un individuo quien “fue discípulo de Jesús, en secreto, por miedo a los judíos” (Juan 19:38).

El miedo había silenciado a José de Arimatea hasta ese momento. La vida y la enseñanza de Jesús lo atrajeron a la fe salvadora, pero su fe permaneció clandestina. Se ocupó de sus asuntos espirituales en secreto, es decir, hasta que la cruz lo sacó a la luz. Y así, después de permanecer demasiado tiempo en las sombras, José “fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús”.

La narración del Evangelio describe el cuidado con que José manejo del cuerpo de Jesús: ”Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana de tela de lino y lo puso en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no se había sepultado a nadie ”(Lucas 23:53). También Nicodemo, “el que antes había visitado a Jesús de noche…llegó con una mezcla de mirra y áloe” para ayudar a José en el proceso del entierro (Juan 19:39).

La breve y singular aparición de José nos es también un claro recordatorio de la providencia de Dios obrando en todo momento y lugar. Dios preparó a José para este momento. José era temeroso y reservado, pero Dios lo usó para bien, tal como lo hace con nosotros. Es de suponer que José había perdido muchas oportunidades de defender a su Rey; presumiblemente había guardado silencio muchas veces cuando debería haber hablado. Sin embargo, este fue el hombre que Dios garantizó que estaría presente ese día para esa importante tarea. Y José se puso a la altura, arriesgando todo para honrar a Jesús (su estatus, reputación y seguridad), asegurándose de que tuviera un entierro apropiado.

Pobablemente te identifiques con José: has estado viviendo como un discípulo secreto, creyendo pero temiendo que alguien en tu vecindario o en tu trabajo sepa acerca de tu fe. De ser así, pídele hoy al Señor Jesucristo que perdone tu miedo y te capacite, como a José, a la luz de la cruz y en el amor de Cristo, a defenderlo con valentía. Es posible que en el pasado hayas perdido momentos en los que tuviste la oportunidad de defender a tu Rey, pero Dios siempre está listo para darte la tarea de honrar a su Hijo y no debes dejar pasar la próxima oportunidad.

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