Un verano con buenas noticiasMuestra

"TODOS PODEMOS"

“El buen testimonio no salva a nadie, solo ayuda para que los que te conocen den crédito a lo que les predicas”.

No hay condiciones para predicar la palabra; si las hubiera, no sé si alguien llegaría a cumplirlas todas, todos los días, las veinticuatro horas. Más bien es lo contrario, hay un Dios que nos empuja a entrar al barro y salvar almas; no hay que hacer cursos, y no es requisito “sine qua non” haber alcanzado la plenitud de Cristo para cumplir con la misión.

Mirá lo que dice uno de los evangelistas más grandes de la historia en 1 Timoteo 1:15

Pablo dijo que él es el peor de todos. Si Pablo siendo el peor no paró de predicar, que me queda a mí. Ni siquiera cuando tuvo esa discusión no pequeña con Bernabé, y se separaron, dejó de llevar adelante la misión.

El mismo Pablo hablando de cumplir con el propósito, dice esto de algunos que lo hacían sin sanas motivaciones en Filipenses 1:15-18 NVI

¡Es grandioso lo que vemos aquí! El apóstol dice que no importan las motivaciones, el tema es que el mensaje corra. Por supuesto que es mucho mejor hacerlo por amor; aunque esto también lo había entendido mal; creía que si no lo hacía por amor, no servía para nada. Pero esto no es así, ya que lo que dice 1 Corintios 13 es que no me sirve a mí, pero si le sirve al que recibe la Palabra.

Un día llega un hermano a la Iglesia, bien vestido, perfumado y de la mano con dos de sus tres hijas, y la esposa sonriente a su lado. Era un joven que ya le había predicado varias veces, pero nunca aceptó a Cristo de corazón. La última vez que supe de él estaba preso. Me alegré muchísimo al verlo y me contó su testimonio.

- Pastor - me dijo. - Cuando entré a la cárcel, no quería seguir viviendo, incluso había pensado en suicidarme; pero no tenía el coraje suficiente. Decidí hacer todo lo posible para que me maten los mismos internos, o la policía. Un día hice algo muy malo, y me metieron en la celda de aislamiento; allí estuve varios días solo, hasta que en la celda de al lado, pusieron a otro recluso que también se había portado mal. Le comenté que quería suicidarme, que no soportaba más la vida que llevaba, y que ya no había solución para mí:

-Tengo la solución para vos- me dijo. -Hacé esta oración conmigo-

-Yo le dije que ya la había hecho, pero él insistió y la hice otra vez. Al terminar de orar, una paz increíble me llenó; ya no quería morir. Comencé a leer la Biblia. Pregúnteme lo que quiera, casi me la sé de memoria. Y Dios, encima, hizo el milagro para que pudiera salir antes de cumplir toda la condena-

Pregunto yo: - ¿Quién le predicó a este hombre? - La respuesta es muy sencilla: alguien imperfecto.

Despertemos, los campos están listos, tomemos la decisión y vayamos a buscarlos, muchos nacerán de nuevo, y la Iglesia se llenará del gozo de la salvación. No necesitamos cumplir ningún requisito, prediquemos la Palabra, no volverá vacía.