TEMOR Y PATERNIDAD

Las personas que tuvieron una paternidad sana tienen un bajo nivel de temor; en cambio, la falencia de una sólida figura paterna durante la infancia reflejará un alto nivel de temor. Ambos conceptos, temor y paternidad, son dos realidades contrapuestas en la Biblia.

¿Has sentido miedo? ¿Ansiedad? ¿Compulsión? ¿Soledad? ¿Un apego a algo o a alguien que inmediatamente se mudó hacia otra cosa o hacia otra persona? Tener estos sentimientos o conductas manifiestan que somos personas temerosas, que no vivimos bajo la realidad del amor paterno de Dios.

El aumento de estos indicadores en nuestro andar cristiano es una evidencia de que estamos mirando las cosas con nuestros ojos, no con los de Dios. Adán fue creado para ser hijo de Dios, pero cuando pecó se distanció de quien era su Padre. Desde entonces, la humanidad también está distanciada del Padre.

El temor que viene por la separación de Dios puede ser la gran oportunidad de la vida para volverse a Dios. Ver al Señor trae descanso y paz al corazón. Así que cuando el amor de Dios llena el corazón, el temor se va.

Los conceptos enraizados desde la infancia construyen una fortaleza mental en todas las áreas de la vida que no nos permiten ver las cosas de otra manera. Así que cuando vienen las señales del temor, debemos recordar las palabras del apóstol Juan: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor hecha fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Juan 4.18).

Por eso, debemos desarrollar una relación profunda e íntima con nuestro Padre celestial todos los días. Observemos el amor de Dios hacia nosotros. No dejemos que el temor domine nuestra vida. Al contrario, dejemos que el amor de Dios expulse todo temor.