LA BARRERA ESTÁ LEVANTADA

El vacío que sentimos a diario no es emocional, sino espiritual. Solo el amor de nuestro Padre Dios puede llenarlo. El hambre de plenitud puede ser saciado cuando experimentamos la paternidad de Dios.

¿Has sentido un vacío después de realizar alguna actividad? ¿Sientes ese vacío luego de una charla con tu cónyuge? ¿Percibes que no estás pleno? ¿Consideras que no eres amado incondicionalmente? ¿Que tu vida y tus tareas no son aprobadas?

Muchas veces hacemos un dios de las situaciones, de las personas, de los objetos materiales o de las relaciones amorosas. Estas cosas mueven nuestra aguja de plenitud. Si todas ellas marchan bien, nos sentimos plenos; si por el contrario, van mal, experimentamos el vacío.

Asimismo, la religión puede ser nuestro dios si tratamos de que ella llene el vacío interior. Mediante algunas prácticas religiosas intentamos saciar el hambre de plenitud, o que Dios obre a nuestro favor. Pero, al final del camino, descubrimos que el vacío perdura.

Salomón lo describe de la siguiente manera: «Todo es tan tedioso, imposible de describir. No importa cuánto veamos, nunca quedamos satisfechos. No importa cuánto oigamos, nada nos tiene contentos» (Eclesiastés 1:8 NTV)

Solo el amor paterno de Dios puede llenar nuestro vacío. Muchas veces el amor de Dios no se perfecciona en nuestro andar cristiano porque el temor se apodera de nosotros. Por lo tanto, quien vive en temor da evidencia de que el amor perfecto de Dios no es una realidad en su vida.

Pero hay una buena noticia: por medio de su sacrificio, Cristo levantó la barrera que impedía que tuviéramos acceso al Padre. Cristo vino para satisfacer definitivamente nuestra hambre interior, abriéndonos el camino al amor del Padre celestial. Por eso, es necesario recordar que Cristo es la única fuente de agua que puede saciar nuestra sed espiritual.