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Pedro: Un hombre de gran entusiasmo

Pedro padecía la enfermedad de actúa ahora y piensa después. Aun así, este impulsivo hombre fue uno de los máximos líderes de la iglesia. Jesús reclutó al “gran pescador” y a su hermano Andrés mientras se encontraban pescando con una red (Marcos 1.16-17). “Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres”. Al instante Pedro dejó las redes y siguió al Salvador.

Así era Pedro, actuaba primero y pensaba después. Lo hizo así a lo largo del ministerio de Jesús, siendo reprendido por ello. Cuando Pedro se opuso a la profecía de Jesús con respecto a su sufrimiento y muerte, Jesús lo llamó “Satanás” y le pidió que se alejara de él (Marcos 8.31-33). En la cima del monte de la transfiguración, dijo Pedro de manera impulsiva: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Marcos 9.5). Jesús pidió a sus discípulos no decir nada de lo que había sucedido. Y cuando Pedro se jactó que jamás abandonaría a Jesús, Jesús le dijo que él negaría a Cristo tres veces esa misma noche.

Aun así, Pedro fungía con frecuencia como el vocero de los discípulos. Cuándo Jesús desmintió las acusaciones en contra de los hábitos alimenticios de los discípulos diciendo: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre” (Mateo 15.11), Pedro pidió una explicación. Cuando Jesús preguntó a sus discípulos quien era él, Pedro respondió: “tú eres el Cristo” (Marcos 8.29).

Pronto fue elegido Pedro para el liderato. Jesús llamó a Simón “Pedro, la roca”, cuando llegó a ser discípulo fue uno de los tres escogidos para atestiguar ciertos eventos: la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5.37), la transfiguración y la agonía de Jesús en el jardín de Getsemaní (14.33). El Cristo resucitado apareció exclusivamente a Pedro (13.34) y le fue encomendado el liderato de la iglesia.

Pedro asimiló aquello. En el día de Pentecostés, la vehemente predicación de Pedro convenció a miles de personas a convertirse en seguidores del Maestro. Al ser llevado a comparecer frente al concilio judío por sanar a un paralítico (Hechos 3 y 4), la defensa de Pedro dejó sin habla a sus acusadores. Jesús entregó a Pedro “las llaves del Reino de los cielos” y Pedro las utilizó para abrir las puertas de la vida eterna a los judíos (Hechos 2), samaritanos (Hechos 8) y gentiles (Hechos 10).

Y sí, el gran ímpetu de Pedro falló en ocasiones, pero Dios transformó aquella audacia en ardiente liderazgo carismático. Sobre la roca de la confesión de Pedro, Cristo edificó su iglesia.

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