[Serie Globos Amarillos] La receta para la victoriaMuestra

El sorprendente poder de escuchar

“La vida cristiana no es un patio de recreo, sino un campo de batalla”. Un predicador no podría describirlo mejor. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo nos anima a “pelear la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12) y a "ser fuertes en el Señor y en la fuerza de su poder" (Efesios 6:10). Además, nos aconseja que “nos pongamos toda la armadura de Dios para enfrentarnos a los designios del diablo” (Efesios 6:11).

Hay una guerra dentro de nuestros corazones que continuamente nos desafía a elegir entre dar el control a nuestra carne o rendirnos a la voluntad de Dios.

Como Santiago ya ha señalado, la tentación no es culpa de Dios. Es la responsabilidad de nuestras lujurias, los malos deseos de nuestra carne. Aunque estamos hechos a imagen de Dios y tenemos Su Espíritu morando en nosotros, también estamos maldecidos con una naturaleza pecaminosa. Esa naturaleza pecaminosa nos enfrenta no sólo a Dios, sino también a los demás. Queremos lo que ellos tienen. Deseamos tener poder sobre los demás. Buscamos controlarlos.

El pecado destruye las relaciones. Es el máximo asesino de relaciones. Cuando ponemos nuestro ego en primer lugar, nos impide entender y escuchar realmente el corazón del otro. Pero Dios nos llama a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar (Santiago 1:19). Estamos llamados a escuchar los corazones de nuestros hermanos y hermanas prontamente.

Para escuchar verdaderamente a otra persona, primero debemos dejar de lado los malos deseos. Debemos dejar de lado la ira por no salirnos con la nuestra y ver lo que la otra persona ve. Debemos ponernos en su lugar y entender su perspectiva.

Cuando hacemos esto, estamos ejerciendo una habilidad increíblemente importante: decidimos dejar de lado la carne por el bien del espíritu. Escuchar a otras personas realmente prepara nuestros corazones para escuchar a Dios y para oír Su Palabra y trasplantar esa Palabra a nuestros corazones.

Dios es el Autor de la Palabra de vida que ha sido plantada dentro de nosotros. La única cosa capaz de sofocar su fruto soy yo: mi carne, mis lujurias y mi narcisismo. Uno de los primeros frutos de la vida de Dios en nosotros es una sorpresa: aprender a escuchar eficazmente a los demás.

Vencer en el reino de Dios implica rendirse. La rendición nos hace decir: “Señor, hágase tu voluntad”. Rendirse es confiar en Dios y permitirle que nos hable a través de Su Palabra y de nuestros hermanos y hermanas. Así es como se superan las pruebas de la vida.