Recibiendo sanidad emocional

Los primeros dos años del diagnóstico, no fueron fáciles para mí. Físicamente hablando, mi cuerpo se inflamó casi 6 tallas por encima de mi contextura normal. La piel se me caía a pedacitos, las articulaciones y huesos estaban tan sensibles e inflamadas que el dolor era insoportable, todo esto me impedía estar de pie.

No pude trabajar, no podía caminar, llegué incluso a depender de mis padres y hermana para las cosas más pequeñas.

Pero el dolor más grande, no era solo el que experimentaba mi cuerpo… mi alma estaba quebrada en pedacitos, y muchas noches lloraba por el dolor de mi corazón.

Yo me había ido muy joven de mi casa, tomé decisiones que me habían llevado por caminos que no fueron necesarios vivir. De hecho, meses antes de que me dieran el diagnóstico, había terminado una relación sentimental cuyos efectos, soledad, pérdida y tristeza, habían arrebatado mis ganas de vivir, sentía que no iba a poder tener una relación nuevamente, no sabía si me levantaría de la cama, no sabía lo que el futuro me deparaba, me sentía culpable, atada, destruida.

¿Te has sentido así?

¿Qué podemos hacer?

El Señor me empezó a mostrar como él estuvo conmigo en cada uno de los días de dolor, recuerdo claramente cuando una de esas noches, mientras no podía parar de llorar sentí su abrazo y su amor como nunca. No fue un momento de condenación, él no me señaló por todos los errores cometidos, no me dijo que si no cambiaba o que si cambiaba, me amaría más. Me dijo que me amaba y es que justo, esa es la mayor medicina para nuestro corazón, comprender y crecer en su amor. ¡EL nos ama! ¡Es el sanador de nuestra alma!  ¡Nuestro gran amor!

Repite conmigo esta oración basada en Efesios 3:14 – 19

Gracias Padre, porque me das desde tu gran poder, la fuerza en mi espíritu para que pueda cimentar mis emociones en tu amor. Ayúdame a comprender cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Jesús por mí, que vino a sanar mi alma, a restaurar mi corazón, que va más allá de mi lógica humana y me lleva a experimentar una plenitud  como nunca antes la he vivido.

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,  de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,  para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;

para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,  seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Efesios 3: 15 - 19 Reina-Valera 1960