La vida sobrenaturalMuestra

Vivir con la eternidad a la vista

Muchos cristianos tienen una visión inadecuada de la vida después de la muerte. Las Escrituras no nos dicen todo acerca de cómo será, pero algunos aspectos son ciertos. No vamos a tocar el arpa o cantar sin parar mientras flotamos en las nubes. No solo estaremos sentados en sofás celestiales conversando con seres queridos fallecidos o creyentes conocidos del pasado.

Más bien, viviremos la vida que ofrece el Edén: estaremos ocupados disfrutando y cuidando lo que Dios ha hecho, al lado de los seres divinos que permanecieron leales a Él. El cielo y la tierra ya no serán lugares separados.

Conocer nuestro destino debe moldear nuestro pensamiento en el aquí y ahora. Como dijo Pablo: “Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Corintios 2:9 NVI). Conocer este resultado espectacular y glorioso ayuda a mantener nuestras circunstancias actuales en perspectiva. Después de que Pablo escribiera las palabras que acabamos de leer, dijo esto en su segunda carta a los Corintios:

Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. . . . Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos (2 Corintios 1:3–4, 8–9 NVI).

O vivimos con nuestro destino a la vista, o no. Y nuestra conciencia de nuestro destino debería alterar nuestro comportamiento. Si supieras que algún día compartirías un apartamento o trabajarías en la misma oficina que esa persona a la que criticas, menosprecias y desprecias, invertirías un poco más de esfuerzo en ser un pacificador, un alentador y tal vez incluso un amigo para esa persona. ¿Cómo es que tratamos tan mal a los hermanos en la fe? ¿Cómo es que no ponemos tanta energía en mover al incrédulo hacia Jesús como lo hacemos en comprometernos con él o ella como un enemigo? Tenemos la eternidad a la vista, o no.

¿Cuánto gobierno necesita Jesús compartir contigo para mantenerte feliz? La pregunta puede parecer extraña ya que cualquier regalo de Jesús sería maravilloso. ¿Por qué, entonces, competimos con los creyentes por el estatus? ¿Por qué discutimos unos con otros por ventaja, atención y ganancia personal? ¿No somos mejores que los corintios, a quienes Pablo tuvo que recordarles su destino? O estamos contentos de gobernar y reinar con él, o no lo estamos.

Cristiano, es hora de vivir como si supieras quién eres y los planes que Dios tiene para ti.