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Renunciando al control

Hace unos meses, estaba terminando una pasantía en mi iglesia. Fue increíble, pero no tenía ni idea de lo que iba a pasar después. Seguí preguntando (a veces diciéndole) a Dios qué era lo siguiente, y parecía que Él seguía contestando, pero Su respuesta no tenía sentido para mí. Así que asumí que no estaba escuchando bien.

¡Estaba perdiendo el control de lo que quería. ¡Dios no estaba siguiendo mi plan de vida!

Me recuerda a la madre de Jesús. ¿Te imaginas? María no llegó a decidir ser una adolescente embarazada soltera. No pudo decidir cómo respondería su futuro esposo sabiendo que no era el padre biológico. No podía controlar las opiniones de los demás, y estoy segura de que había opiniones.

Finalmente, decidí soltar el agarre que realmente nunca tuve sobre mi futuro y sostener mis planes en manos abiertas levantadas a Dios. Algo así como dijo María—Hágase conmigo según Tu voluntad.

No debería haberme sorprendido, pero Dios no cambió Su respuesta. Él continuó guiándome a mudarme a una nueva ciudad donde no tenía trabajo, ni familia, ni pistas, ni un lugar para vivir.

María y José hicieron un viaje similar a Egipto, excepto que corrían para proteger la vida de su hijo, que resultó ser también el único Hijo de Dios.

Estaba tan confundida, pero empecé a tomar medidas para obedecer. De nuevo, no debería haberme sorprendido, pero encontré un lugar para vivir, compañeros de cuarto, un trabajo, y ahora soy un líder voluntario en la iglesia.

¡Funcionó bastante bien para María, José, y también para Jesús!

Ya sea que se trate de la ubicación, la carrera, las finanzas, la crianza de los hijos, las relaciones o incluso los pasatiempos que disfruto—siempre y cuando tenga el control total, las piezas nunca parecen encajar bien.

Seguí girando, volteando, y tratando de meter mi pequeña pieza de rompecabezas en mi lugar elegido, pero simplemente no cabía. Dios, por otro lado, tiene la mejor vista del rompecabezas. Le confiaré las piezas a partir de ahora. Déjalo ir.

Kaelyn, no está en control

Considera: ¿Qué es algo que sostienes con el puño apretado? ¿Qué es algo que te daría miedo perder? ¿Qué es una parte de tu vida en la que las respuestas de Dios no tienen sentido para ti? ¿Cuál es tu primer paso para renunciar el control?