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Fortaleza en tiempos turbulentos

DÍA 2 DE 3

Devocional: Nuestra meta

FILIPENSES 3:12-14 TCB

“Todavía no he alcanzado la meta de la santidad plena, tampoco he sido completamente perfeccionado, pero sigo trabajando para alcanzarla, para llegar al ideal de Cristo, porque Él con su muerte y resurrección ya me salvó. 13. Hermanos, yo aún no considero que haya logrado mi perfección cristiana; pero una cosa sí hago, dejo el pasado atrás y prosigo hacia lo que está delante, 14. hacia la meta, para conquistarla, y recibir el premio que viene de arriba, que es el supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Cada uno de nosotros, desde el mismo inicio de nuestra vida consciente, aprendemos que una manera de alcanzar la realización es encontrar un propósito en nuestras vidas y para lograr esos “propósitos”, simplemente nos enseñan a trazarnos una meta.

Alcanzar esas metas se convierten en nuestra razón de vivir y existir, y mientras más altas a los ojos de los hombres son estas metas, se vuelven más atractivas. Cuando fallamos, esos fracasos van dejando huellas que a veces nos cuesta superarlas, incluso las marcas que dejan son tan profundas que nos vuelven temerosos e inseguros.

En cambio, cuando las metas por más pequeñas que sean las vamos superando, infla nuestro ego y acrecienta nuestra autoestima.

Quizás cuando cada uno de nosotros mira su vida en forma retrospectiva, esbozará sonrisas de satisfacción por los logros obtenidos o correrá alguna lágrima recordando los fracasos.

A inicios del año 2000, el Señor me hizo un llamado ministerial, abandonar mi trabajo secular y dedicarme 100% a su servicio. La decisión no fue fácil ya que por mi carácter firme y perfeccionista necesitaba saber a qué me enfrentaría, pensando que al igual que todo en mi vida, debía tener una meta tangible, medible e incluso que me diera la oportunidad de hacer un análisis de fortalezas y debilidades, pero lo único que había recibido del Señor era un: “es hora de dejar todo y servirme”.

Poco a poco, el Señor fue mostrando los planes que tenía para mi vida. Años después, un día en el supermercado me encontré con una compañera de la Universidad. La conversación inició con las preguntas de rigor: dónde estás trabajando, en qué posición estás, que había hecho cada una con su vida, en fin. Antes de esas preguntas, ella me habló de su carrera exitosa y de cómo algunos de nuestros compañeros estaban en puestos gerenciales en instituciones públicas y privadas.

Cuando me correspondió dar las respuestas simplemente dije: “soy PASTORA”, ella esbozó una sonrisa con mezcla de incredulidad o duda o simplemente pensaría: “¡Ah! eres una loser”. En mi corazón en lugar de sentirme orgullosa de mi respuesta, me quedó el sabor amargo de si posiblemente era una loser (perdedora).

Han pasado los años y el Señor me ha mostrado día a día, de diferentes maneras que dar el paso de aceptar el llamamiento ministerial fue la mejor decisión de mi vida. Es una carrera, no como yo la imaginaba de ir alcanzando logros “materiales” sino de ir realizándome como una hija de Dios en donde a diario hay mucho que trabajar para poder parecerme un poco a mi amado Señor.

De la carta a los Filipenses, escrita por el Apóstol Pablo desde la cárcel, se podría decir que es un ejemplo de como Pablo, aun en circunstancias difíciles encontró una manera de seguir haciendo lo que más amaba: proclamar el evangelio de Jesús. En el capítulo 3, Pablo motiva a los Filipenses a que comprendan que seguir a Cristo es la carrera más motivante, la meta que les traerá no solo galardones sino la satisfacción de una vida con propósito. En los primeros versículos, el Apóstol detalla su hoja de vida, de la cual cualquier judío podría sentirse orgulloso y llenarse de vanagloria. Cada meta fue cumplida por él hasta que descubrió que la mayor carrera que podemos seguir es aquella que nos lleva a identificarnos como cristianos y entender que ser el reflejo de Cristo es una carrera que recorreremos mientras estemos aquí en la tierra. En donde la pasión de llamarnos hijos de Dios debe ser el objetivo máximo en nuestras vidas.

Entender que soy un ser humano finito, vulnerable, imperfecto, pero en cuyo corazón el amor más grande que puedo sentir se llama Jesús, hace que mi meta sea ser llamada su hija o su sierva.

¿Cómo te sientes cuando te llaman cristiano? ¿Esta carrera llamada cristianismo es una aventura que te deleita o te desmotiva?

Paulina Buitron - Ecuador

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Acerca de este Plan

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Nos gustaría agradecer a Proyecto Euanggelio por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://proyectoevanggelio.org/

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