Marcado, Transformado Por La PalabraMuestra

«Cuando la Palabra de Dios se almacena en tu corazón»

Justo después de memorizar 1 Pedro 3:8-9, nos cambiamos a una nueva casa, donde encontramos el vecino más desagradable posible. Mi esposo y yo decidimos vivir la verdad de este versículo, encontramos maneras de bendecir a nuestro vecino siempre que nos encontráramos cara a cara con él, diciéndonos a nosotros mismos «Hagámoslo reír». Para nuestra sorpresa, usualmente lo hacíamos así. De hecho creció en nosotros un genuino amor por nuestro vecino, al elegir primero obedecer la verdad de la Palabra de Dios. Comenzamos a amar como Jesús. Relacionándonos con quienes están de luto, quienes necesitan un consejo, o quienes están en necesidad de fortaleza, que era fácil ahora que la Palabra estaba almacenada en mi mente. Usualmente, trataba de dar palabras de confort o fortaleza, pero parecían vacías o sin mucho poder. Ahora, compartir la Palabra viene de manera natural cuando me relaciono con otros y puedo ver cuánto poder tiene la Palabra de Dios para dar esperanza, ayuda y sanidad. 

La buena reputación,  viene cuando me miro como Jesús. Mientras la Palabra de Dios comienza a cambiar la manera en que pienso, respondo y amo, la gente comienza a notarlo. El cuarto distintivo de la transformación que ocurrió fue en mi reputación. Desarrollé una reputación de tener siempre una escritura para compartir u orar en tiempos de necesidad. La gente amablemente se refería de mí, como la concordancia; cuando necesitaban saber donde se encontraba un versículo, tenían la seguridad que yo lo sabía.  Cuando alguien me preguntaba sobre memorizar la escritura, compartía apasionadamente, como es uno de los hábitos de mi vida que ha trajo mi mayor transformación.

Cuando la Palabra de Dios se almacena en tu corazón, el Espíritu Santo te recordará la Palabra en el tiempo preciso. Cuando descubrí 1 Pedro 4:11, «Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios», me di cuenta, que atesorando la Palabra de Dios en mi corazón estoy equipada para ser conferencista y enseñar, pues Él es quien literalmente habla la Palabra de Dios. 

Un sábado en la noche, mientras estaba tomando un baño de tina, preparándome para hacerme un pedicure y un manicure, recibí una llamada de mi maestra de estudio bíblico de la Escuela Dominical. Ella estaba estancada en un aeropuerto, por mal tiempo y me preguntó si yo podría enseñar en su clase el día siguiente. Reí fuertemente y le pregunté si era cierto. Nuestra clase tiene alrededor de 400 personas, y de solo pensar que yo estaría delante de tanta gente  con una lección preparada con precipitación, hizo que latiera fuertemente mi corazón.