“¡Se te pasa el tren!”

¿Has escuchado esa frase alguna vez? Este dicho hace referencia a que cuando llegas a “cierta edad”, si dejas pasar el tren, pierdes tu única oportunidad de llegar a destino. Normalmente, esta frase hace alusión al “destino” como una pareja, una relación de noviazgo o casamiento, pero también aplica para cualquier objetivo u oportunidad en la vida.

En nuestra sociedad actual, y aún entre amigos y familiares, se ejerce mucha presión sobre los jóvenes. Aún nosotros mismos nos ponemos ciertas metas y objetivos, y si no cumplimos con las expectativas, sentimos que una vez que perdimos ese tren, lo perdimos todo.

Muchos de nosotros crecimos con la idea de que cuando tuviéramos 25 o 30 años tendríamos la vida resuelta. Auto propio, casa propia, economía estable, casados y con hijos tal vez. Pero, ¿qué pasa cuando eso no sucede tal y como lo idealizamos?

Al ver a los demás logrando aquello que quisiéramos tener, es muy probable que sentimientos de envidia y amargura se despierten dentro nuestro. La comparación nos desanima, nos quita el gozo, y nos desenfoca del plan que Dios tiene para nuestras vidas.

Debemos recordarnos que la vida no es una carrera ni una competencia con los demás. Dios tiene un propósito y un proceso único para cada uno.

Tal vez, hoy estás parado/a en la estación y ves a lo lejos como se va el tren. Pero la buena noticias es que… detrás de ese tren, viene otro. Y, si no te pudiste subir en el primer viaje, ¡tranquilo/a! Vas a llegar al destino que Dios tiene para ti, en el tiempo y la ruta que Él planeó.