Vencedores: Con El Fruto Del EspírituMuestra

Benignidad: Preocuparse en un mundo despreocupado

Las personas desagradables no pueden predicar el evangelio, pues sería una farsa. Nuestros brazos de benignidad son los únicos que Dios tiene para abrazar a otros, y la única manera de que la gente sepa que Él se interesa por ellos. El fruto del Espíritu no es para aceptarlo de forma pasiva, para encerrarlo en secreto. Es para vigorizarnos y empoderarnos para hacer “la obra de nuestro Padre”. Hoy, la necesidad de que el fruto del Espíritu Santo de la benignidad florezca en nuestra vida y alimente a nuestro mundo que se debilita es innegable. Las personas tienen hambre de la esperanza de que son importantes para alguien, y lo son, son importantes para Dios y para nosotros. Él se interesa. Y Él derrama su benignidad sobre los que se interesan por Él y sobre los que no.

Hechos 14:16-17 explica: “En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”. ¡Qué Dios tan bueno! Para los que no creen que Él vive y para aquellos a los que ni siquiera les importa si vive o no, nuestro Dios sigue acercándose con bondad. Y su benignidad no depende de la reciprocidad de aquellos a quienes bendice con ella, sino que es benigno porque así es Él: un Dios bondadoso (véase Mateo 5:44-46).

Somos llamados y empoderados para ser así mediante el Espíritu Santo. Millones de personas nunca abrirán la Biblia, pero los cristianos son un libro abierto para ellos, y podemos abrir nuestra vida en Gálatas 5:22 permitiendo que su fruto de benignidad nazca, crezca y alimente sus corazones hambrientos. Versículos como Colosenses 3:12 no son solo accesorios llamativos; “como escogidos de Dios, santos y amados”, verdaderamente somos llamados a vestirnos “de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”. La benignidad puede glorificar a Dios, ¡y dar un testimonio sin decir una palabra!