Hay una contraposición entre lo que ven nuestros ojos y lo que ven los ojos de Dios

En los días anteriores, los pasajes enfrentan lo que ven los ojos humanos y lo que ven los ojos divinos. Aprendimos que los ojos divinos ven lo intimo del corazón, mientras que los humanos miran lo externo, las apariencias.

Esta diferencia entre lo que vemos y lo que es en lo intimo del corazón humano, o bien los hechos, producen las inclinaciones del corazón; esto nos hace vulnerables y nos lleva a concluir que no podemos juzgar porque no tenemos los elementos suficientes, por el alcance de nuestra vista, que es limitado. Pero en este salmo, el escritor nos relata que cuando el confesó a Dios lo que tenía en su corazón, Dios le perdonó su maldad, además, invita a acudir a Dios cuando nos descubrimos a nosotros mismos en actos que muestran un corazón mal intencionado. Sin embargo, no solo eso, el escritor nos comparte la respuesta que Dios dio a su oración de arrepentimiento: “Yo te voy instruir, te voy a enseñar cómo debes compórtate, cuál es el camino correcto”. Esa promesa va acompañada de un compromiso que hace Dios contigo y conmigo, con cada ser humano; en varias versiones dice:  “No voy a quitarte los ojos de encima”, o “Sobre ti fijaré mis ojos”. Es una promesa, no es una condenación; los ojos de Dios están sobre nosotros para ayudarnos a corregir el camino que llevamos, para enseñarnos. 

Desde nuestra niñez, nos enseñan que los ojos de Dios nos ven para castigarnos, pero la Biblia dice lo contrario, los ojos de Dios nos miran para ayudarnos a vivir correctamente, y este salmo es el mejor ejemplo. Sí, los ojos de Dios nos miran para limpiarnos la maldad del corazón, las lagrimas, para decirnos: “Este es el camino”. Recuerda, es mejor que nos vean los ojos de Dios a que nos vean los ojos humanos.