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Relación transaccional o transformacional

«¡Te rascaré la espalda si me rascas la mía!» Esa es una relación transaccional que dice: «Si haces tu parte, haré la mía». La implicación es que, si no haces tu parte, yo no haré la mía tampoco. Este enfoque egocéntrico absorbe la vida, la alegría y la intimidad directamente de una relación.

¿Alguna vez pensaste de manera transaccional en tu relación con Dios? «Oye, Dios, soy bueno, cumplo las reglas, doy un poco de dinero y oro, así que ¿por qué no me sanas?» «¿Por qué no conseguí el trabajo?» «¿Por qué no trajiste a realidad lo que te pedí?» En otras palabras, «¿de qué sirve una relación con Dios, si no puedo hacer que Dios trabaje a mi favor y me dé lo que quiero?» A veces tomamos la otra cara de esta misma moneda. No podemos imaginar que somos amados y aceptados por Dios, porque no sentimos que estemos a la altura. La verdad es que, las relaciones basadas en lo que hacemos, siempre nos desgastan y eventualmente queremos alejarnos de ellas.

¡Ahora, piensa en cómo Jesús cambió todo! En su día, existían más de los Diez Mandamientos y 613 reglas que se esperaba que los hombres y mujeres judíos fieles conocieran y guardaran. Imagínate lo que los discípulos debieron pensar cuando Jesús les dijo: «Tengo un nuevo mandamiento para ustedes». Solo puedo escucharlos decir: «Tengo más de 600 cosas que no estoy haciendo bien, y me van a ¡dar uno más!» Él dijo: «Un nuevo mandamiento les doy, que se amen». Tal vez estén pensando que no era nuevo. Pero, no lo dejó allí. Lo nuevo era cómo iban a amar a los demás: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado a ustedes». ¡Ahora, eso es nuevo! Nos dice que el amor sacrificado y lleno de gracia por los demás (y no las relaciones transaccionales) sería la marca distintiva de quienes lo siguen. Él dice: «Cuando ames a los demás como yo te he amado, la gente sabrá que eres mi discípulo».

¡Imagina ser amado así! Así es exactamente como Jesús nos amó a ti y a mí, cuando murió en la cruz por nuestros pecados para que pudiéramos ser perdonados. ¡Qué asombroso amor! No hay nada transaccional en un amor como ese. Pero ¡es poderosamente transformador! Cuando recibimos el don de la gracia de Dios, él nos permite amarnos unos a otros con el mismo tipo de amor que nos ha dado. ¡Ese tipo de amor puede transformar una vida, una familia, una iglesia y una comunidad! Cuando Jesús nos llamó a seguirlo, nos dio un nuevo mandamiento: «¡Ámense los unos a los otros como yo los he amado!»