El final de mi ego por Kyle IdlemanMuestra

Auténtico para ser aceptado

Como humanos luchamos con la autenticidad porque tememos el rechazo. Queremos que el mundo veo lo mejor de nosotros, así es más fácil que la gente nos acepte e incluso nos admire.

Quizá no deberíamos esforzarnos tanto en ocultar nuestras imperfecciones. Quizá la gente nos aceptaría tal como somos. Tal vez se sentiría atraída a nosotros si supiera algo de nuestras flaquezas y luchas. Podrían decir: “Yo también soy así. Tengo los mismos problemas, me alegra saber que somos dos sintiendo lo mismo”.

Pero hay un riesgo que no lo tomamos. El miedo es el enemigo de la transparencia. No nos gustan nuestras imperfecciones y no esperamos que le gusten a otros. Así que trabajamos duro elaborando la mejor fachada que podemos mostrar.

“Puro de corazón”… Eso da qué pensar, ¿no es cierto? Estás viviendo una vida bendecida cuando dejas de preocuparte por los anuncios y los comerciales extravagantes y todo el esfuerzo empleado tratando de convencer a la gente de que eres diferente. Cuando lo interno y lo externo coinciden, tú eres puro de corazón y estás donde Él quiere que estés.

Llegar al fin de mi ego significa que ya no estoy actuando para los demás. Significa que no me interesa fingir porque entiendo que Dios está mirando dentro de mi verdadero yo.

Cuando agachamos la cabeza para dar gracias en un restaurante, ¿cuán sinceros son nuestros corazones? ¿Estamos concentrados en agradecer la provisión de Dios o alguna parte nuestra está pensando en cómo nos ven los demás?

Cuando alzamos la mano para ser voluntarios en un proyecto de la iglesia, ¿cuánto del corazón está enfocado en agradar a Dios y cuánto está preocupado por quién está mirando y lo impresionados que están?

¿Pensamos en quién nos está mirando cuando recogen la ofrenda?

Cuando nos paramos a orar públicamente, ¿tus palabras están dirigidas a los oídos de Dios o a los que te escuchan?

Llegar al fin de mi ego significa que terminé de buscar el aplauso, la atención del hombre y el vacío que esto produce. En vez de eso, busco solamente agradar a Dios, recibir su recompensa en vez de recibirla de la gente. Cuando se cierra el teatro, cae el telón, se apagan las luces, y tocamos para un sólo espectador sin importar las críticas de nadie, es ahí cuando llegamos al fin del ego y experimentamos la bendición de Dios.