[Serie ¡Qué dicha!] Un espíritu diferenteMuestra

Espíritu de pobres

La primera bienaventuranza que Jesús expresó es: Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. 

¿Te has preguntado de dónde llegó el pan que comes en el desayuno en tu casa? ¿Cómo llegó el pan de la tienda a la casa? ¿Cuánto costó y cómo se consiguió el dinero para comprarlo? ¿Cómo llegó el pan a la tienda? ¿Cómo prepara el panadero el pan y de dónde obtiene los ingredientes para su preparación? Después de analizar este proceso, concluimos que, todo proviene de Dios.

Comenzamos hablando de un pedazo de pan, pero podríamos hablar de cualquier cosa que tengamos. Todo proviene de Dios. En el versículo de hoy, Jesús habla de alguien que es dichoso. ¿Quién? ¿Quién es feliz? —Los que tienen espíritu de pobres. Normalmente, no se considera la pobreza como una razón para ser feliz o dichoso. ¿Has encontrado en la calle a alguien pidiendo limosna o ayuda? Jesús nos invita hoy a ser «mendigos», pero una clase especial de mendigos, mendigos espirituales en la presencia de Dios. 

Cuando nos consideramos «pobres de espíritu», sabemos que estamos necesitados de Dios. Cada día, pues, debemos pedir a Dios lo que necesitamos. Decimos en la oración del Señor: «danos nuestro pan de cada día». Y agradecemos a Dios por lo que tenemos. Pero, además de los alimentos, ¿qué más recibimos de Dios? Dios nos da salud y fortaleza necesaria para trabajar, ir a la escuela y jugar; nos brinda su amor y su gracia, nos regala los amigos y la familia. 

Una vez que hemos comenzado a hacer una lista de las bendiciones recibidas, solo nos queda desbordar en gratitud. Con corazones agradecidos, nos damos cuenta que somos bendecidos con alimento, techo y vestido. Somos bendecidos de vivir en un país sin guerra donde podemos disfrutar de libertad. Somos bendecidos con las estaciones del año que bañan los campos de sol y lluvias y le permiten a los granjeros obtener cosechas.

Piensa

Al reconocer que somos mendigos delante de Dios, podemos empezar a apreciar todas las riquezas que tenemos desde el punto de vista espiritual; y así aclamar alegremente: «Gracias Señor».

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