Mateo: El evangelio del ReinoMuestra

¿CÓMO DEBEMOS LEER HOY EL EVANGELIO DE MATEO?

El mensaje esencial y el desafío permanente de este evangelio siguen vigentes. Sin embargo, hay una doble aplicación del mensaje y del desafío de Mateo para nuestros días.

Por un lado, notemos la aplicación de este mensaje a la Iglesia. Ella es ahora el Nuevo Israel, la nación santa, el pueblo adquirido por Dios que está bajo su gobierno soberano. Su función es concretar y manifestar los principios, prácticas y propósitos del Reino de Dios en el mundo hasta que el Rey regrese a buscar a los suyos. El mundo hoy puede y debe entender el significado de la majestad y el Reino a través de la vida y el testimonio de la Iglesia. Ella es responsable de manifestar plenamente el Reino de Dios al mundo. En la medida en que la Iglesia fracasa en manifestar el Reino al mundo, necesitará obedecer ella también al desafío permanente de arrepentimiento.

Su membresía consiste de aquellos que están sometidos a Cristo, que concretan en sus propias vidas el hecho de su soberanía y que, por tanto, a través de sus vidas transformadas, manifiestan a otros la gracia y la gloria de su Reino. El fracaso de la Iglesia en revelar al Rey es su fracaso en obedecerle en todo.

Por otro lado, notemos la aplicación de este mensaje al mundo. El mensaje de Dios al mundo solo puede ser transmitido a través de la Iglesia. Él no tiene otro camino para hacerlo. La primera nota en este proceso debe ser la insistencia sobre la permanente soberanía de Dios. Nadie puede escaparle. Es por esto que todos los seres humanos deben arrepentirse y volverse a Él. Su mensaje al mundo solo puede ser recibido por el mundo. Dios ha acercado su Reino al mundo en la persona de su Hijo, y ha convocado a un pueblo de seguidores que, sometidos a su señorío, proclaman su Evangelio de arrepentimiento al mundo. Pero el mundo es quien debe reconocerlo como Rey y único Señor.

Las iglesias y el mundo necesitan de hombres y mujeres que sean auténticos discípulos del Señor, que tomen en serio su señorío en sus vidas, que testifiquen con sus palabras y con sus acciones que han aceptado a Cristo como Salvador y lo han reconocido como Señor, y que sean imitadores del ejemplo que Jesús dejó a sus seguidores, un ejemplo de pureza, de vigor espiritual, de absoluta confianza en el Padre y de total lealtad a la vocación celestial.