La gracia triunfante de DiosMuestra

Solo la vida con Cristo, en Cristo y para Cristo, nos habilita para ser victoriosos en todo

No queremos decir, que Dios nos cuida usando solo advertencias y mandamientos, sino que el alma que pasa por alto y considera a la ligera estas porciones de las Escrituras, es como un niño inmaduro e ingenuo. Los intentos de eliminar, a fuerza de explicaciones, las temibles advertencias que las Escrituras hacen en contra de la apostasía están arraigadas en un peligroso estado mental. 

Un precipicio es un precipicio, y es necio negarlo, y para evitar que la gente caiga al precipicio no levantamos un delicado y gracioso cerco de flores, sino la barrera más fuerte que esté a nuestro alcance. Ponemos afiladas estacas y fuertes trozos de hierro, para prevenir calamidades, pero aun esto es solamente la superficie del asunto. 

Pablo, advierte enfáticamente, que si vivimos conforme a la carne moriremos; y no es cuestión de perder la salvación, sino de morir prematuramente a los planes buenos y de paz que Dios tiene con nosotros. Nuestro andar con Dios y nuestra perseverancia hasta el fin, son realidades grandes y solemnes. Por lo tanto, nuestra comunión con el Dios viviente, y solo la vida con Cristo, en Cristo y para Cristo, nos habilita para ser victoriosos en todo. El mismo Cristo que nos sacó de la potestad de las tinieblas, nos guía ahora. Si estamos unidos a Él y lo honramos fielmente hasta el fin, reinaremos por siempre con Él.

No hay que divorciar deber y privilegio, ni tener la osadía de permitir que el privilegio neutralice el deber. Si el creyente ha de gozar del privilegio de reinar con Cristo en gloria, será transitando el sendero que Él le ha señalado y haciendo las tareas que Él le haya asignado. Aunque Cristo, ciertamente, es aquel que los guardará de que su fe naufrague, no lo hace aparte del sincero esfuerzo del propio discípulo.

En ninguna manera, estamos apelando a un mensaje de condenación o legalismo, diciendo que nuestras obras y fidelidad nos aseguran la salvación. Al contrario, mostramos la responsabilidad de actuar obedientemente a nuestro llamado, a fin de ser recompensados en su reino eterno. Esta fidelidad es honrada por Dios para el gobierno eterno y no para la salvación eterna. 

Cristo trata a sus redimidos como a criaturas responsables. Requiere de ellos que se conduzcan como agentes morales, que hagan todo esfuerzo para vencer los males que los amenazan, pero no en sus propias fuerzas sino en la potencia de Dios que actúa poderosamente en ellos.