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DÍA 4 DE 5

Esclavos liberados


El imperio romano estaba lleno de esclavos. De hecho, un tercio de la población en las principales ciudades, eran esclavos. Cuando se compraba un esclavo, se usaba, para describir esa transacción, la palabra griega que significa «redención».


La Biblia dice que Dios nos redimió en Jesucristo y nos compró para sacarnos de nuestra esclavitud. Todos éramos esclavos del pecado (no podíamos evitar pecar), y Dios nos compró para hacernos libres. ¿Y, cuál fue el precio pagado por nuestra redención? La sangre de Jesús. Ninguna cantidad de dinero, puede dar libertad eterna al alma. Ninguna cantidad de religión, buenas obras, o esfuerzo. Únicamente la sangre de Jesús. Quizás un himno lo dice mejor:


«¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre.»


Pero, ¿por qué? ¿Por qué el precio es tan alto, la sangre de propio Hijo de Dios, la sangre de Dios? Es simple: Dios, es un Dios santo. El pecado, no es ignorado o perdonado livianamente. El pecado, debe ser pagado con muerte. La Biblia dice, que «la paga del pecado es muerte» y «sin el derramamiento de sangre no hay remisión de pecados». Debe derramarse sangre, sea nuestra sangre o la de un sustituto. Alguien debe morir. 


Dios nos dice: «Yo voy a morir. Yo iré a la tierra y seré un ser humano, para que pueda morir. Yo moriré por ti».


Esta es la respuesta a nuestro problema de pecado. Una muerte. La respuesta a nuestro problema de pecado, no es intentar fuertemente, sentirse culpable, cumplir con la religión, o determinar ser mejor. La respuesta de Dios al pecado, es la muerte de un sustituto. 


En «El cuerpo», Charles Colson cuenta la historia del Padre Maximiliano:


En febrero de 1941, el Padre Maximiliano Kolbe, fue arrestado por la Gestapo, y enviado a Auschwitz. Era un monje polaco quien fundó la orden franciscana cerca de Varsovia, llamada: Los caballeros de la Inmaculada. Eventualmente, fue asignado a las barracas 14, donde continuó ministrando a prisioneros seguidores. Él asentía con la cabeza mientras los hombres derramaban sus corazones. Entonces él podría levantar su brazo demacrado y hacer la señal de la cruz en el aire contaminado de la barraca atestada. La cruz, él pensó. La cruz de Cristo ha triunfado sobre sus enemigos en cada época. Yo creo, al final, aún en estos días de oscuridad en Polonia, que la cruz triunfará sobre la esvástica. Oro y puedo estar confiado de ese final. 


Entonces una noche, un hombre escapó de la barraca 14. La siguiente mañana había mucha tensión mientras los prisioneros, delgados como fantasmas, se alinearon para pasar lista en la plaza. Finalmente, el comandante Fritsch ordenó, que podían retirarse todos los de la barraca 14, quienes habían sido forzados a permanecer parados a lo largo de todo el soleado día. Por la noche, el comandante daría una lección, sobre el destino de estos miserables de las barracas. «El fugitivo no fue encontrado. ¡Diez de ustedes morirán por él en el búnker del hambre!», gritó. Nada era mejor, morir en la horca o en las cámaras de gas; este método lo forzaba a permanecer sin comida ni agua hasta morir. 


Después que fueron escogidos los diez, el llanto comenzó a salir de uno de los hombres del grupo, «¡mis pobres hijos! ¡Mi esposa! ¿Qué podrán hacer?» Repentinamente había una conmoción en las filas. Un prisionero rompió la línea y voluntariamente tomó el lugar del hombre que lloraba. Este era el Padre Kolbe. El monje habló suave y calmadamente, diciendo, «Me gustaría morir en el lugar de este hombre que usted condenó». El comandante ordenó que lo hiciera, y los diez fueron marchando a las barracas 11, donde pasarían sus últimos días. 


Mientras las horas y los días pasaban, el campamento fue avisado, que algo extraordinario había sucedido en la celda de muerte. Los prisioneros anteriores, habían pasado sus últimas horas gritándose y atacándose unos a otros en un frenesí de desesperación. Pero ahora, los de afuera escuchaban el armonioso sonido de canciones. Para este tiempo, los prisioneros tenían un pastor quien gentilmente los llevó a través de las sombras del valle de la muerte, mostrando al Gran Pastor. 


Franciszek Gajowniczek, fue el prisionero cuya vida se salvó. Él sobrevivió Auschwitz y por 53 años, hasta su muerte a la edad de 95 años, alegremente contó a todos sobre el hombre que murió en su lugar. Jesús es el único quien murió en tu lugar.      

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Nos gustaría agradecer a Jeff Wells y a El Centro Network por proporcionar este plan. Para más información de estas organizaciones ingresa a http://www.jeffhwells.com y http://elcentronetwork.com​​​​​​​

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