La ley del Reino: la ley del perdónMuestra

El perdón es una naturaleza

El perdón es una forma de vivir, una manera de existir. ¿Cuántas veces respiras durante una hora? ¿Cuántas veces inhalas aire durante toda tu vida? ¿Alguien contará las veces que lo hace? ¡Nadie! Es nuestra forma de vida, es natural, ningún ser humano va por la calle respirando y contando una a una las inhalaciones que hace. Sabemos que el cuerpo requiere cierto número de inhalaciones y exhalaciones para poder vivir correctamente, pero nadie las está contando, ya que es parte de nuestra existencia, es natural.

Setenta veces siete debe ser una forma de vivir. No sirve para contar ni para llevar una lista matemática. Es la manera natural en que los hijos de Dios debemos vivir. 

Los matrimonios más sólidos no son los que están formados por dos personas que nunca se equivocan o que en todas las cosas son ejemplares, sino por personas que todos los días caminan en la dimensión del setenta veces siete. Matrimonios en los que lo que pasó hace cinco años, lo que pasó ayer, no tiene efecto hoy. Es una manera de vivir en la que el perdón produce una relación donde todos los días se vive esa dimensión.

Ser un hijo de Dios significa que con esta ley del perdón podemos perdonar lo imperdonable, porque Dios ha perdonado lo imperdonable en nuestras vidas. Así como nosotros perdonamos, Él nos perdona. Su gracia y su amor son maravillosos, porque donde nadie lo haría, Él manifestó perdón.

Jesús enseñó que el Reino de los cielos es como el rey que llamó para hacer cuentas a los que le debían. Entre ellos estaba alguien que le debía 10.000 talentos, y al no poder pagar, el rey mandó que él, su familia y sus posesiones fueran vendidos, para que con lo recaudado se pagara la deuda. Inmediatamente dicha persona se postró y le pidió al rey que le diera tiempo para pagar todo lo que debía. Dicha acción produjo compasión en el rey, le perdonó la deuda y dejó que se fuera. 

El perdón es soltar un prisionero para que sea libre, entendiendo que en realidad el prisionero somos nosotros mismos. Hemos pensado que no perdonar a alguien es tenerlo enjaulado, con frases como «¡Nunca te voy a perdonar!» creemos que lo ponemos en una cárcel de resentimiento y de odio, sin entender que en realidad los que estamos presos somos nosotros. Solo cuando abrimos la cárcel y dejamos ir libre a quien nos debe es cuando nosotros somos verdaderamente libres.