Si tu estás en esa lista Jesus te dice que tu puede ser sal y ser luz en esta tierra.
¿Cómo es que yo puedo ser sal y luz si precisamente eso es lo que necesito en mi vida?
A veces menospreciamos nuestra misión y adoptamos nuestro trabajo solo como un medio de vida y cómo nos sentimos tán poca cosa no vemos el valor de lo que hacemos más allá de la función. Si es limpiar, si es cocinar, si es enseñar, pues cumplo con esa función y me pagan.
Sin embargo Jesús nos mira y se dirije a nosotros como hombres y mujeres con características especiales que pueden: purificar, sanar, preservar, dar vida. Esa es la función de la sal. Si dejamos una pieza de carne sin salar al otro día está podrida. Por eso si nosotros somos la sal de la tierra, eso significa que somos lo que el mundo necesita para combatir la corrupción, somos lo que la humanidad necesita para evitar que nuestras mentes, nuestro corazón y nuestras acciones se corrompan.
Esa esencia de la sal, esa es la naturaleza del cristiano. Dios ha puesto en nosotros atributos para salar y para iluminar una sociedad desabrida, expuesta a la corrupción, una sociedad en la oscuridad.
También existen quienes ya se han embarcado en esa misión de restauración, de ser misericordiosos, justos y compasión. Esos ya son “sal y luz” aunque no lo sepan. Pero a veces nuestro propio cansancio o las voces de alrededor que pudieran menospreciar nuestro trabajo pueden hacer que la sal pierda su sabor. Aunque seguimos haciendo lo mismo que hace 10 años pero ya no necesariamente con el mismo entusiasmo, ya no estamos logrando a plenitud aquello para lo que hemos sido llamados. Por eso tenemos que acercarnos a Dios, por eso tenemos que buscar en Dios la sanidad para nuestra vida, para nuestro corazón. Tenemos que buscar nuestra propia transformación para poder transformar.
Y si tenemos que echar a nuestra vida sal, o un poco de combustible para poder brillar, pues nos toca hacerlo, porque en nuestras manos está el futuro de nuestro país.
El Señor nos recuerda nuestro llamado y nuestra misión: ser diferentes, contagiar con nuestro sabor, iluminar donde quiera que estemos. Que cuando entremos a un lugar se note que llega una persona que inspira, que motiva; una persona en la que brilla la luz de Cristo, en la que brilla la esperanza, en medio de tanta oscuridad existencial a nuestro alrededor.