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Juan 7:3-40

Juan 7:3-40 TLA

sus hermanos le dijeron: —Debes ir a Judea, para que tus seguidores puedan ver las grandes obras que haces. Cuando uno quiere que todos lo conozcan, no hace nada en secreto. ¡Deja que todo el mundo sepa lo que haces! Dijeron eso porque ni siquiera ellos le creían. Pero Jesús les respondió: —Aún no ha llegado el momento de que todos sepan que soy el Hijo de Dios. Para ustedes, cualquier hora es buena. La gente de este mundo no los odia a ustedes. Pero a mí me odia porque les digo que su conducta es mala. Vayan ustedes a la fiesta; yo no iré, porque todavía no ha llegado el momento de que todos sepan quién soy yo. Después de decir esto, Jesús se quedó en Galilea. Después de que se fueron sus hermanos, Jesús fue en secreto a la fiesta, sin decírselo a nadie. Durante la fiesta, los jefes judíos buscaban a Jesús, y decían: «¿Dónde estará ese hombre?» La gente hablaba mucho de él, y algunos decían: «Jesús es un buen hombre». Pero otros decían: «De bueno no tiene nada; es un embustero.» Todos hablaban de él en secreto, porque tenían miedo de los jefes judíos. Durante la fiesta, Jesús entró en el templo y empezó a enseñar. Los jefes judíos estaban asombrados, y decían entre ellos: «¿Cómo es que este sabe tantas cosas, si nunca ha estudiado?» Jesús les contestó: —Yo no invento lo que enseño. Dios me envió y me ha dicho lo que debo enseñar. Si alguien quiere obedecer a Dios, podrá saber si yo enseño lo que Dios ordena, o si hablo por mi propia cuenta. Quien habla por su propia cuenta solo quiere que la gente lo admire. Pero yo solo deseo que mi Padre, que me envió, reciba el honor que le corresponde; por eso siempre digo la verdad. Moisés les dio a ustedes la ley y, sin embargo, ninguno la obedece. ¿Por qué quieren matarme? La gente le contestó: —¡Estás loco! ¿Quién quiere matarte? Jesús les dijo: —Todos ustedes se admiran por un solo milagro que hice. Moisés les mandó practicar la ceremonia de la circuncisión, y ustedes la practican aunque caiga en sábado. Esa orden no viene del tiempo de Moisés, sino de antes, cuando aún vivían Abraham, Isaac y Jacob. Entonces, si para obedecer la ley de Moisés ustedes circuncidan a un niño, aunque sea en sábado, ¿por qué se enojan conmigo por haber sanado a un hombre en sábado? No digan que algo está mal solo porque así les parece. Antes de afirmar algo, deben estar seguros de que así es. Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron a preguntar: «¿No es este al que andan buscando para matarlo? Pues ahí está, hablando con la gente; ¡y nadie le dice nada! ¿No será que nuestros gobernantes creen de verdad que él es el Mesías? Pero ¡no puede ser! Porque, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene; en cambio, nosotros sabemos de dónde viene este hombre.» Jesús estaba enseñando en el templo, y dijo con voz fuerte: «En realidad, ustedes no saben quién soy yo, ni de dónde vengo. Yo no he venido por mi propia cuenta. He sido enviado por alguien en quien se puede confiar, y a quien ustedes no conocen. Yo sí lo conozco, pues vengo de él, y él es quien me envió.» Algunos hombres de Jerusalén quisieron arrestar a Jesús, pero no pudieron, pues todavía no había llegado el momento de que todos supieran quién era. Sin embargo, muchos creyeron en él, y decían: «Ni el Mesías podría hacer los milagros que hace este hombre.» Los fariseos oyeron lo que la gente decía. Entonces ellos y los sacerdotes principales enviaron a unos guardias del templo para que arrestaran a Jesús. Pero Jesús dijo: «Estaré con ustedes sólo un poco más de tiempo. Luego volveré a donde está el que me envió. Ustedes me buscarán, pero no me encontrarán, porque no pueden ir a donde yo voy.» Los jefes judíos comenzaron a preguntarse entre ellos: «¿Y a dónde podrá ir, que no podamos encontrarlo? ¿Acaso piensa ir a vivir entre los judíos de otros países, y enseñar también a los que no son judíos? ¿Qué quiere decir con eso de que: “Me buscarán, pero no me encontrarán, porque no pueden ir a donde yo voy?”» El último día de la fiesta de las enramadas era el más importante. Ese día, Jesús se puso en pie y dijo con voz fuerte: «El que tenga sed, venga a mí. Ríos de agua viva brotarán del corazón de los que creen en mí. Así lo dice la Biblia.» Al decir esto, Jesús estaba hablando del Espíritu de Dios, que recibirían los que creyeran en él. Porque mientras Jesús no muriera y resucitara, el Espíritu no se haría presente. Cuando algunos de los que estaban allí oyeron esto, dijeron: «De veras que este hombre es el profeta que Dios nos iba a enviar.»

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