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S. Mateo 27:1-31

S. Mateo 27:1-31 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Muy temprano por la mañana, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se juntaron nuevamente para tramar de qué manera ejecutar a Jesús. Luego, lo ataron, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador romano. Cuando Judas, quien lo había traicionado, se dio cuenta de que habían condenado a muerte a Jesús, se llenó de remordimiento. Así que devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos. —He pecado —declaró—, porque traicioné a un hombre inocente. —¿Qué nos importa? —contestaron—. Ese es tu problema. Entonces Judas tiró las monedas de plata en el templo, salió y se ahorcó. Los principales sacerdotes recogieron las monedas. «No sería correcto poner este dinero en el tesoro del templo —dijeron—, ya que se usó para pagar un asesinato». Luego de discutir unos instantes, finalmente decidieron comprar el campo del alfarero y convertirlo en un cementerio para extranjeros. Por eso todavía se llama el Campo de Sangre. Así se cumplió la profecía de Jeremías que dice: «Tomaron las treinta piezas de plata —el precio que el pueblo de Israel le puso a él— y compraron el campo del alfarero, como indicó el SEÑOR». Jesús se encontraba frente a Pilato, el gobernador romano. —¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó el gobernador. —Tú lo has dicho —contestó Jesús. Entonces, cuando los principales sacerdotes y los ancianos presentaron sus acusaciones contra él, Jesús guardó silencio. —¿No oyes todas las acusaciones que presentan en tu contra? —le preguntó Pilato. Para sorpresa del gobernador, Jesús no respondió a ninguno de esos cargos. Ahora bien, era costumbre del gobernador cada año, durante la celebración de la Pascua, poner en libertad a un preso —el que la gente quisiera— y entregarlo a la multitud. Ese año, había un preso de mala fama, un hombre llamado Barrabás. Al reunirse la multitud frente a la casa de Pilato aquella mañana, él les preguntó: «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?». (Él sabía muy bien que los líderes religiosos judíos habían arrestado a Jesús por envidia). Justo en ese momento, cuando Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente mensaje: «Deja en paz a ese hombre inocente. Anoche sufrí una pesadilla terrible con respecto a él». Mientras tanto, los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiera la libertad de Barrabás y que se ejecutara a Jesús. Así que el gobernador volvió a preguntar: —¿A cuál de estos dos quieren que les deje en libertad? —¡A Barrabás! —contestó la multitud a gritos. —Entonces, ¿qué hago con Jesús, llamado el Mesías? —preguntó Pilato. —¡Crucifícalo! —le contestaron a gritos. —¿Por qué? —insistió Pilato—. ¿Qué crimen ha cometido? Pero la turba rugió aún más fuerte: —¡Crucifícalo! Pilato vio que no lograba nada y que se armaba un disturbio. Así que mandó a buscar un recipiente con agua y se lavó las manos delante de la multitud a la vez que decía: —Soy inocente de la sangre de este hombre. La responsabilidad es de ustedes. Y la gente respondió a gritos: —¡Nos haremos responsables de su muerte, nosotros y nuestros hijos! Así fue que Pilato dejó a Barrabás en libertad. Mandó azotar a Jesús con un látigo que tenía puntas de plomo, y después lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran. Algunos de los soldados del gobernador llevaron a Jesús al cuartel y llamaron a todo el regimiento. Le quitaron la ropa y le pusieron un manto escarlata. Armaron una corona con ramas de espinos y se la pusieron en la cabeza y le colocaron una caña de junco en la mano derecha como si fuera un cetro. Luego se arrodillaron burlonamente delante de él mientras se mofaban: «¡Viva el rey de los judíos!». Lo escupieron, le quitaron la caña de junco y lo golpearon en la cabeza con ella. Cuando al fin se cansaron de hacerle burla, le quitaron el manto y volvieron a ponerle su propia ropa. Luego lo llevaron para crucificarlo.

S. Mateo 27:1-31 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos del pueblo tomaron la decisión de condenar a muerte a Jesús. Lo ataron, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato, el gobernador. Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los líderes religiosos. —He pecado —dijo—, porque he entregado a la muerte a un inocente. —¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú! Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es dinero pagado para derramar sangre». Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros. Por eso ha sido llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel había fijado, y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor». Mientras tanto, Jesús compareció ante el gobernador; este le preguntó: —¿Eres tú el rey de los judíos? —Tú mismo lo dices —respondió Jesús. Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los líderes religiosos, Jesús no contestó nada. —¿No oyes lo que declaran contra ti? —dijo Pilato. Pero Jesús no contestó ni a una sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro. Ahora bien, durante la fiesta el gobernador acostumbraba a soltar un preso que la gente escogiera. Tenían un preso famoso llamado Jesús Barrabás. Así que, cuando se reunió la multitud, Pilato preguntó: —¿A quién quieren que suelte: a Jesús Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo? Pilato sabía que habían entregado a Jesús por envidia. Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues, por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño». Pero los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos persuadieron a la multitud para que pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús. —¿A cuál de los dos quieren que suelte? —preguntó el gobernador. —A Barrabás —dijeron ellos. —¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo? —preguntó Pilato. —¡Crucifícalo! —respondieron todos. Pero él dijo: —¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: —¡Crucifícalo! Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la gente. —Soy inocente de la muerte de este hombre —dijo—. ¡Allá ustedes! —¡Que la culpa de su muerte caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! —contestó todo el pueblo. Entonces soltó a Barrabás; pero a Jesús lo mandó azotar y lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio y reunieron a toda la tropa alrededor de él. Le quitaron la ropa y le pusieron un manto color escarlata. Luego trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza; en la mano derecha le pusieron una vara. Arrodillándose delante de él, se burlaban diciendo: —¡Viva el rey de los judíos! También lo escupían y con la vara golpeaban su cabeza. Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

S. Mateo 27:1-31 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Al amanecer, todos los sacerdotes principales y los líderes del país hicieron juntos un plan para matar a Jesús. Lo ataron, lo sacaron del palacio de Caifás y lo entregaron a Poncio Pilato, el gobernador romano. Cuando Judas supo que habían condenado a muerte a Jesús, se sintió muy mal por haberlo traicionado. Entonces fue a donde estaban los sacerdotes principales y los líderes del país, les devolvió las treinta monedas de plata, y les dijo: —He pecado contra Dios porque entregué a Jesús, y él es inocente. Ellos le contestaron: —¡Y eso qué nos importa! ¡Es problema tuyo! Entonces Judas tiró las monedas en el templo, y fue y se ahorcó. Los sacerdotes principales recogieron las monedas y dijeron: «Estas monedas son el precio de la vida de un hombre; la ley no nos permite que las pongamos en la caja de las ofrendas.» Entonces decidieron comprar con ese dinero el terreno conocido como «Campo del Alfarero», para enterrar allí a los extranjeros. Por eso, aquel terreno se conoce con el nombre de «Campo de Sangre». Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: «La gente de Israel puso el precio que se pagó por la vida de aquel hombre: ¡Treinta monedas de plata! Y ellos tomaron las monedas, y compraron el Campo del Alfarero, como Dios me lo había ordenado.» Cuando llevaron a Jesús ante Pilato, este le preguntó: —¿Eres en verdad el rey de los judíos? Jesús respondió: —Tú lo dices. Los sacerdotes principales y los líderes del país acusaban a Jesús delante de Pilato, pero Jesús no respondía nada. Pilato le preguntó: —¿No oyes todo lo que dicen contra ti? Y como Jesús no respondió nada, el gobernador se quedó muy asombrado. Durante la fiesta de la Pascua, el gobernador tenía la costumbre de poner en libertad a uno de los presos; el que el pueblo quisiera. En ese tiempo estaba encarcelado un bandido muy famoso, que se llamaba Jesús Barrabás. Pilato le preguntó a la gente que estaba allí: «¿A quién quieren ustedes que ponga en libertad: a Jesús Barrabás, o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» Pilato preguntó esto porque sabía que, por envidia, los sacerdotes principales y los líderes acusaban a Jesús. Mientras Pilato estaba juzgando el caso, su esposa le mandó este mensaje: «No te metas con ese hombre, porque es inocente. Por causa de él, anoche tuve un sueño horrible.» Mientras tanto, los sacerdotes principales y los líderes convencieron a los que estaban allí, para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador volvió a preguntarle al pueblo: —¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad? Y todos respondieron: —¡A Barrabás! Entonces Pilato les dijo: —¿Y qué quieren que haga con Jesús, a quien llaman el Mesías? —¡Que muera en una cruz! —respondieron a coro. El gobernador les preguntó: —Díganme, ¿qué mal ha hecho este hombre? Pero la multitud gritó con más fuerza: —¡Que muera en una cruz! Pilato vio que ya no le hacían caso, y que aquello podía terminar en un alboroto muy peligroso. Entonces mandó que le llevaran agua, se lavó las manos delante de la gente y dijo: —Yo no soy culpable de la muerte de este hombre. Los culpables son ustedes. Y la gente le contestó: —¡Nosotros y nuestros hijos seremos responsables por la muerte de este hombre! Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás, luego ordenó que golpearan a Jesús en la espalda con un látigo, y que después lo clavaran en una cruz. Los soldados de Pilato llevaron a Jesús al patio del cuartel y llamaron al resto de la tropa. Allí desvistieron a Jesús y le pusieron un manto rojo, le colocaron en la cabeza una corona hecha con ramas de espinos, y le pusieron una vara en la mano derecha. Luego se arrodillaron ante él, y en son de burla le decían: «¡Viva el rey de los judíos!» Lo escupían y, con la misma vara que le habían dado, le pegaban en la cabeza. Cuando se cansaron de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para clavarlo en la cruz.

S. Mateo 27:1-31 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se confabularon contra Jesús, para condenarlo a muerte. Lo ataron y se lo llevaron para entregárselo a Poncio Pilato, el gobernador. Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que Jesús había sido condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos. Les dijo: «He pecado al entregar sangre inocente.» Pero ellos le dijeron: «¿A nosotros qué nos importa? ¡Allá tú!» Entonces Judas arrojó en el templo las monedas de plata, y después de eso salió y se ahorcó. Los principales sacerdotes tomaron las monedas y dijeron: «No está bien echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es el precio de sangre derramada.» Y después de ponerse de acuerdo, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultar allí a los extranjeros. Por eso hasta el día de hoy aquel campo se llama «Campo de sangre». Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Y tomaron las treinta monedas de plata, que es el precio estimado por los hijos de Israel, y las usaron para comprar el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.» Jesús estaba en pie ante el gobernador, y este le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Jesús le respondió: «Tú lo dices.» Pero ante las acusaciones de los principales sacerdotes y de los ancianos no respondió nada. Entonces Pilato le preguntó: «¿No oyes de cuántas cosas te acusan?» Pero Jesús no le respondió ni una palabra, de tal manera que el gobernador se quedó muy asombrado. Ahora bien, en el día de la fiesta el gobernador acostumbraba poner en libertad a un preso, el que el pueblo quisiera. En aquel momento tenían un preso muy famoso, llamado Barrabás. Pilato se reunió con ellos y les preguntó: «¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás, o a Jesús, al que llaman el Cristo?» Y es que Pilato sabía que ellos lo habían entregado por envidia. Mientras él estaba sentado en el tribunal, su mujer mandó a decirle: «No tengas nada que ver con ese justo, pues por causa de él hoy he tenido un sueño terrible.» Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud de que pidieran a Barrabás, y que mataran a Jesús. El gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que les suelte?» Y ellos dijeron: «¡A Barrabás!» Pilato les preguntó: «¿Qué debo hacer entonces con Jesús, al que llaman el Cristo?» Y todos le dijeron: «¡Que lo crucifiquen!» Y el gobernador les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban aún más, y decían: «¡Que lo crucifiquen!» Al ver Pilato que no conseguía nada, sino que se armaba más alboroto, tomó agua, se lavó las manos en presencia del pueblo, y dijo: «Allá ustedes. Yo me declaro inocente de la muerte de este justo.» Y todo el pueblo respondió: «¡Que recaiga su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» Entonces les soltó a Barrabás, y luego de azotar a Jesús lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y alrededor de él reunieron a toda la compañía; luego lo desnudaron, le echaron encima un manto escarlata; sobre la cabeza le pusieron una corona tejida de espinas, y en la mano derecha le pusieron una caña; entonces se arrodillaron delante de él, y burlonamente le decían: «¡Salve, Rey de los judíos!» Además, le escupían y con una caña le golpeaban la cabeza. Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y lo llevaron para crucificarlo.

S. Mateo 27:1-31 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Cuando amaneció, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se pusieron de acuerdo en un plan para matar a Jesús. Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador romano. Judas, el que había traicionado a Jesús, al ver que lo habían condenado, tuvo remordimientos y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciéndoles: —He pecado entregando a la muerte a un hombre inocente. Pero ellos le contestaron: —¿Y eso qué nos importa a nosotros? ¡Eso es cosa tuya! Entonces Judas arrojó las monedas en el templo, y fue y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes recogieron aquel dinero, y dijeron: —Este dinero está manchado de sangre; no podemos ponerlo en el cofre de las ofrendas. Así que tomaron el acuerdo de comprar con él un terreno llamado el Campo del Alfarero, para tener un lugar donde enterrar a los extranjeros. Por eso, aquel terreno se llama hasta el día de hoy Campo de Sangre. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que los israelitas le habían puesto, y con ellas compraron el campo del alfarero, tal como me lo ordenó el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, que le preguntó: —¿Eres tú el Rey de los judíos? —Tú lo has dicho —contestó Jesús. Mientras los jefes de los sacerdotes y los ancianos lo acusaban, Jesús no respondía nada. Por eso Pilato le preguntó: —¿No oyes todo lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús no le contestó ni una sola palabra; de manera que el gobernador se quedó muy extrañado. Durante la fiesta, el gobernador acostumbraba dejar libre un preso, el que la gente escogiera. Había entonces un preso famoso llamado Jesús Barrabás; y estando ellos reunidos, Pilato les preguntó: —¿A quién quieren ustedes que les ponga en libertad: a Jesús Barrabás, o a Jesús, el que llaman el Mesías? Porque se había dado cuenta de que lo habían entregado por envidia. Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa mandó a decirle: «No te metas con ese hombre justo, porque anoche tuve un sueño horrible por causa suya.» Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud de que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador les preguntó otra vez: —¿A cuál de los dos quieren ustedes que les ponga en libertad? Ellos dijeron: —¡A Barrabás! Pilato les preguntó: —¿Y qué voy a hacer con Jesús, el que llaman el Mesías? Todos contestaron: —¡Crucifícalo! Pilato les dijo: —Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: —¡Crucifícalo! Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que el alboroto era cada vez mayor, mandó traer agua y se lavó las manos delante de todos, diciendo: —Yo no soy responsable de la muerte de este hombre; es cosa de ustedes. Toda la gente contestó: —¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de su muerte! Entonces Pilato dejó libre a Barrabás; luego mandó azotar a Jesús y lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio y reunieron toda la tropa alrededor de él. Le quitaron su ropa, lo vistieron con una capa roja y le pusieron en la cabeza una corona tejida de espinas y una vara en la mano derecha. Luego se arrodillaron delante de él, y burlándose le decían: —¡Viva el Rey de los judíos! También lo escupían, y con la misma vara le golpeaban la cabeza. Después de burlarse así de él, le quitaron la capa roja, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

S. Mateo 27:1-31 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Venida la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a muerte. Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor. Jesús, pues, estaba en pie delante del gobernador; y este le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho. Ahora bien, en el día de la fiesta acostumbraba el gobernador soltar al pueblo un preso, el que quisiesen. Y tenían entonces un preso famoso llamado Barrabás. Reunidos, pues, ellos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo? Porque sabía que por envidia le habían entregado. Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él. Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado. Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.

S. Mateo 27:1-31 La Biblia de las Américas (LBLA)

Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Y después de atarle, le llevaron y le entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que Jesús había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: A nosotros, ¿qué? ¡Allá tú! Y él, arrojando las piezas de plata en el santuario, se marchó; y fue y se ahorcó. Y los principales sacerdotes tomaron las piezas de plata, y dijeron: No es lícito ponerlas en el tesoro del templo, puesto que es precio de sangre. Y después de celebrar consejo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para sepultura de los forasteros. Por eso ese campo se ha llamado Campo de Sangre hasta hoy. Entonces se cumplió lo anunciado por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: Y TOMARON LAS TREINTA PIEZAS DE PLATA, EL PRECIO DE AQUEL CUYO PRECIO HABíA SIDO FIJADO por los hijos de Israel; Y LAS DIERON POR EL CAMPO DEL ALFARERO, COMO EL SEÑOR ME HABíA ORDENADO. Y Jesús compareció delante del gobernador, y este le interrogó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. Y al ser acusado por los principales sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Entonces Pilato le dijo*: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Y Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado. Ahora bien, en cada fiesta, el gobernador acostumbraba soltar un preso al pueblo, el que ellos quisieran. Y tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Por lo cual, cuando ellos se reunieron, Pilato les dijo: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? Porque él sabía que le habían entregado por envidia. Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó aviso, diciendo: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por causa de Él. Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a las multitudes que pidieran a Barrabás y que dieran muerte a Jesús. Y respondiendo, el gobernador les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos respondieron: A Barrabás. Pilato les dijo*: ¿Qué haré entonces con Jesús, llamado el Cristo? Todos dijeron*: ¡Sea crucificado! Y Pilato dijo: ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Y viendo Pilato que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: Soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros! Y respondiendo todo el pueblo, dijo: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás, pero a Jesús, después de hacerle azotar, le entregó para que fuera crucificado. Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al Pretorio, y reunieron alrededor de Él a toda la cohorte romana. Y desnudándole, le pusieron encima un manto escarlata. Y tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; y arrodillándose delante de Él, le hacían burla, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron para crucificarle.

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